Presidentes constitucionales en El Salvador ha habido seis: José Napoleón Duarte (1984-1989), Alfredo Félix Cristiani (1989-1994), Armando Calderón Sol (1994-1999), Francisco Flores Pérez (1999-2004), Elías Antonio Saca (2004-2009) y Mauricio Funes Cartagena (2009 a la fecha). Los mandatarios que estuvieron antes de ellos fueron caporales de finca, escopeta y garrote en mano, puestos allí a través de todo tipo de fraudes legales e ilegales; o bien, juntas de gobierno tan numerosas como efímeras e inútiles.
Aprovechando la posibilidad de hacerlo, me pongo en la labor de ponderar sus gestiones, con el solo afán de detectar cuáles han sido las tres “más piores”... ¡porque realmente se las han ingeniado!
De Funes y el FMLN sólo van dos años de gestión, pero ya se ve que la capacidad de criticar a otros no deriva necesariamente en ser buen estadista ni en saber conducir al país. Comenzaron la administración sin plan de gobierno, que presentaron un año después como “plan quinquenal” y ahora resulta que no cuentan con el financiamiento necesario, encaminándose a un récord de endeudamiento externo. La sensación de ineficiencia estatal para resolver problemas concretos parece haber aumentado entre la gente y ya no vale la estrategia de echar la culpa a los gobiernos anteriores. Han pasado veinticuatro meses aprendiendo cómo funciona la cosa pública, descubriendo -a puro golpe de realidad- lo ilusorio de sus recetas (ver, por ejemplo, el tema de seguridad pública) y todavía "no se ve claro".
Funes ha instalando en la esfera pública sus ya sabidos problemas de carácter, que le han llevado a pelearse con muchos sectores se la sociedad, comenzando con el partido al que está afiliado.
El pérfido papel del Presidente y el FMLN en el tema del decreto 743 ha socavado la imagen progresista con que llegaron al poder y les ha generado fuertes críticas especialmente de sectores académicos e intelectuales, a los que han hecho oídos sordos.
Sin menoscabo de lo anterior, la razón principal para ponerlos tan temprano en este poco honorífico puesto es la gran decepción que supone haber sacrificado tantas vidas y luchas para llegar a “más de lo mismo”. Cierto que todavía pueden rectificar... ¡pero también pueden ir a peor!
De Paco Flores, de ARENA, cabe decir que su solo intento de privatizar el sistema de salud pública -que fue derrotado tras una larga, costosa, molesta pero necesaria huelga- es suficiente para degradarlo hasta este lugar.
Su constante postura sonriente y elegante poco tenía que ver con cierta altanería y visibles ínfulas de iluminado.
Célebre en el campo internacional por su disputa verbal con Fidel Castro (a partir de una visión ideologizada de la historia), en el ruedo local acabó peleado con su vicepresidente y varios dirigentes de su partido, al que convirtió en un evidente y grosero club de millonarios.
Aunque personalmente no estoy convencido de que la moneda del Imperio sea la causante de los males nacionales, los nostálgicos del colón añaden la dolarización como pésima herencia suya, pero aquí solo vale decir que “hoy ya estuvo” y no es reversible.
El peor de todos acaso sea, con bastantes argumentos "a favor", Napoleón Duarte, del PDC. Reconocido megalómano y demagogo, en lo simbólico le debemos la vergonzosa imagen del beso a la bandera estadounidense (entre paréntesis: gustaba de hablar inglés ante las cámaras locales, con un acento autóctono que ni mandado a hacer).
Su diálogo con la guerrilla, para terminar la guerra civil, fue siempre un show propagandístico sin avances significativos.
De acuerdo a la opinión generalizada de la sociedad civil, su gobierno batió marcas de corrupción y despilfarro, aunque más de veinte años después no haya manera de demostrarlo, dada la ineficiencia de las instituciones encargadas de dicha tarea; pero la afrenta mayor de Duarte fue haber prestado su imagen de “hombre demócrata y cristiano” para llevar a cabo el plan contrainsurgente de Reagan y Bush padre, obsesionados con el anticomunismo, y así lavarle la cara a un ejército responsable de graves violaciones a los derechos humanos.
Duarte finalizó su gestión tan malamente que arrastró al abismo hasta con su propio partido, el histórico y acabado PDC.