domingo, 28 de mayo de 2017

De reflectores y escenarios juveniles

Desde hace más de 25 años, buena parte de mi trabajo consiste en descubrir y promover el talento artístico en jóvenes en edad escolar.

En muchas ocasiones, debido a una misteriosa y persistente timidez, ha sido muy difícil lograr convencer a un chico o chica para que pase a un escenario a decir un discurso con elocuencia, declamar un poema, escribir un texto literario o participar en una pequeña obra teatral. Esta reticencia inicial suele ocurrir incluso con quienes ya tienen una formación previa en música o danza.

Pero cuando finalmente deciden pasar frente al público, la ganancia es grande no solo estéticamente, sino también en cuanto a seguridad personal y autoestima, y de eso afortunadamente he escuchado varios testimonios favorables.

Sin embargo (especialmente en tiempos más recientes), también he conocido a jóvenes adolescentes que no necesitan ningún tipo de inducción, presión o motivación adicional para estar en escena, tanto así que pareciera no haber poder humano que les detenga en este empeño.

Son chicos y -sobre todo- chicas con una inquietud artística excepcional, cuyos nombres son los primeros en las listas de inscripciones para tal o cual festival, certamen o presentación que implique público y reflectores.

Esto me alegra sobremanera.

Y no obstante… hay un pequeño detalle que me llama la atención y deseo comentar, no como censura sino como genuina curiosidad.

Sabemos que, en muchos jóvenes y jóvenas, el afán por participar en cierta actividad artística a veces tiene una base objetiva de habilidad específica (p. ej.: “a esta chica le gusta actuar y además lo hace muy bien”), pero en otras ocasiones ese entusiasmo no es directamente proporcional al talento requerido para dicha rama del arte.

No quiero decir que carezca de él en absoluto, pero quizá no lo ha cultivado sistemáticamente para desarrollarlo bien, o tal vez simplemente no le alcance para superar las audiciones clasificatorias (necesarias por razones de tiempo, espacio y salvaguarda de la imagen).

Hay quienes lo intentan en uno o dos eventos, a veces por simple curiosidad, y no pasa nada. Pero ¿qué ocurre con quienes se inscriben y participan absolutamente en todo? Pues lo mismo: hay unas artes que se les dan mejor que otras; en aquellas son protagonistas indiscutibles y brillan, mientras que en estas tienen una participación a lo sumo discreta.

El detalle en cuestión es que hay personas que asumen y aceptan sus talentos diferenciados con cierta madurez… y otras no tanto. Hay quienes disfrutan su estancia en el escenario, en aquellas ocasiones en que han hecho méritos para estar allí, y recuerdan esos momentos con alegría… aunque haya habido otras veces en que quedaron al margen.

Pero también hay quienes, a pesar de haber tenido momentos memorables en escena, parecieran concentrarse en la inconformidad, el reclamo y la molestia por aquel evento en donde no clasificaron, como si sufrieran algún tipo de injusta discriminación.

Supongamos que esta chica (no tan hipotética) se lució en teatro, lo hizo bien en música y se presentó en danza, pero no destacó en declamación: ¿qué sensación le quedará al final? ¿O qué dirá este chico que estuvo magnífico en oratoria pero no pasó a la presentación en público con su instrumento musical?

Yo creo que ambos deberían estar contentos, fortaleciéndose en sus virtudes y aceptando sus limitaciones en ciertos ámbitos (que tampoco tendrían que ser definitivas), pues al final del día lo bonito es haber estado frente a los reflectores en el escenario, con al menos una virtud por mérito.