Cumplo 50 y, estirando un poco el dato estadístico de la esperanza de vida promedio, no creo insensato tener una expectativa final de 75 años (salvo accidente, repentina enfermedad terminal o cualquier otra desgracia que, en el contexto local, no sería algo tan inesperado).
Al día de hoy son, pues, dos tercios de vida los que ya habría consumido y estoy contento con mi medio siglo a cuestas: racional, artístico, agnóstico, escéptico y crítico… aunque no totalmente exento de eventuales ataques de emotividad descontrolada, ciertas artes mundanas, alguna ficción sobrenatural, episodios de marcada ingenuidad o esa terrible tentación de “dejar hacer, dejar pasar”.
Tengo la fortuna de ejercer una profesión que me gusta mucho y he podido, además, encontrar cauce para mis inquietudes creativas en diversos campos, a veces solo y en muchas ocasiones gracias al talento de los jóvenes y jóvenas con quienes he trabajado.
Si fuera posible viajar en el tiempo, no pediría regresar y quedarme en ninguna época anterior, pues aunque todas tuvieron su gracia y su dolor, fue la experiencia acumulada en cada una de ellas la que al final acabó dándoles sentido en edades posteriores. Por eso, espero poder seguir diciendo lo que hasta hoy he mantenido: que la mejor época es el tiempo presente.
Recuerdo aquellas épocas pretéritas con sus luces y sus sombras, que no fueron pocas, pero ya sin esa nostalgia ilusoria que deriva de la creencia idílica de una “época de oro” en el pasado.
Por supuesto que he vivido experiencias muy dolorosas, pero ¿quién no...? Lo importante es haberlas sobrellevado con estoicismo y no dejar que sean una tortura permanente en los recuerdos.
Por los tiempos y circunstancias particulares de mi vida, a esta edad puedo decir -junto con mi esposa- que ya cumplimos con el compromiso de poner a nuestros hijos en la vida con las mejores herramientas que supimos darles (materiales, académicas y personales) para que se desarrollen a plenitud, confiamos en que lo harán. En esta labor, tuvimos la inestimable ayuda de su abuela ya fallecida, quien partió de este mundo con la satisfacción de haberlos visto culminar con éxito muchas de sus metas.
Con la jubilación en el horizonte a mediano plazo y cumplidas muchas facetas de la vida adulta, la vida de pareja cobra un nuevo sentido: ahora tenemos mucho más tiempo para nosotros y, puesto que aún no entramos a la temida “tercera edad”, podemos atendernos mejor y aprovechar esta época para hacer algunas cosas que, por diversas limitaciones de cuando éramos muy jóvenes, se nos quedaron pendientes.
Y aunque sea un cliché, “agradezco a todas las personas” que han tenido gestos favorables para conmigo y mi familia durante todo este tiempo. También pido disculpas a quienes ofendí injustamente, con o sin intención. Y a quienes están alejados/as de mis espacios vitales, por mutua voluntad o por necesaria salud emocional, sepan que ya no hay resentimientos, pero es mejor mantenernos así, a prudente distancia, pues para qué alborotar panales o revolver aquello que ya saben.
Así pues, ¡gracias, medio siglo mío… y venga más vida, que esto sigue!