Las redes sociales virtuales son una parte prácticamente irrenunciable de nuestras vidas. Tenemos entre nuestros contactos a personas con quienes, de otra forma, difícilmente podríamos interactuar si no fuera por mensajes de chat, llamadas de video y comentarios en publicaciones. Esto ha fortalecido nuestra vida social y qué bueno que sea así.
Pero también hay una contraparte oscura, pues los medios cibernéticos facilitan e incluso potencian peleas que acaban no solo rompiendo los vínculos preexistentes en la vida real, sino creando enemistades nuevas.
Hace un par de años, en una entrada anterior me referí a ciertos bloqueos en mis redes sociales. En esta ocasión contaré algunos usos discrecionales que he hecho del botón “dejar de seguir”, una opción menos tajante pero igualmente profiláctica.
Además de quienes usan el TL de Twitter como si fuera su chat, hay personas a quienes uno deja de seguir en Facebook simplemente porque publican en demasía y a veces con sobrada irrelevancia, lo cual resulta un tanto pesado.
Ya en el campo de las creencias, de cierto tipo de publicaciones religiosas sólo diré que trato de permanecer a salvo, sobre todo cuando lo que está en la base es la marcada e irremediable superstición, o ciertas imágenes de la divinidad un tanto retorcidas. Aquí lo que procede es el botón de “ocultar publicación” y ya sabrá el algoritmo de Facebook qué hacer después.
El mayor problema está en los temas políticos y, sobre todo, partidarios.
Por principio, respeto y entiendo las opciones políticas de las demás personas, merced a su ideología, vínculos, intereses u otros elementos racionales o emotivos; sin embargo, a veces uno se encuentra con publicaciones tan carentes de sentido que desconciertan.
En el tema internacional, una de las más célebres fue aquella seudoteoría de que a Hugo Chávez lo mató el Imperio, provocándole cáncer a través de radiaciones tipo microondas o “rayos cósmicos”, como dijo un iluminado sapiente. Él y otros también afirmaron, en su momento, que el terremoto en Haití ocurrió porque “falló la máquina imperial” que lo había diseñado originalmente para Venezuela. Por supuesto, se enojaron ante los comentarios (admito que) un tanto socarrones.
Sobre el tema venezolano actual, hay otro par de intelectuales (y uso el término sin ninguna ironía) que publican diez veces por día como si trabajaran en la sección de propaganda más burda (si es que cabe otra opción) de Nicolás Maduro. Esto provoca pesar, no por la causa que defienden (que por último es calentura ajena), sino porque, al verles los títulos académicos que poseen, uno acaba preguntándose qué ocurrió con la capacidad de pensamiento crítico, raciocino o sentido común de estos jóvenes, llamados a ser la nueva intelligentsia.
En el tema del Sitramss y la habilitación temporal para uso público de su carril exclusivo por parte de la Sala de lo Constitucional, no han faltado “análisis” espeluznantes. Uno que se lleva las palmas lo vi dos días antes de que entrara en vigencia la medida, cuando varios automovilistas ansiosos invadieron anticipadamente el carril segregado. Eso se debe sencillamente a la cultura del desorden vehicular en que vivimos en la Guanaxia Irredenta desde hace décadas, vicio que no distingue colores políticos ni estratos sociales (todos sin excepción se la quieren llevar de vivos). Pues bien: un buen internauta, en un arrebato partidario, publicó lo siguiente: “¡Activistas de Arena invaden carril del Sitramss!”. Sin comentarios.
Uno de los unfollow que más me costó dar corresponde a alguien de quien no dudo es un buen hombre y excelente profesional, pero a quien sus fanatismos y temas en los que “agarra llave” lo pierden en las conversaciones reales y virtuales. Al parecer, no solo yo lo he notado, sino que seguramente ha recibido críticas de otras personas, pues un día de estos declaró, con orgullo, no solo su filiación ideológica que conocemos y respetamos, sino prácticamente su adhesión incondicional a los dictámenes de la cúpula su partido. Ahí ya no hay nada que hacer.
A estas alturas del “post”, no faltarán quienes crean que sólo con gente “de izquierda” he tenido roces, y de seguro estarán sacando sus conclusiones. Pues se equivocan, estimados/as, porque también con gente de derecha he tenido que acudir al uso medicinal de la distancia.
El más reciente caso es el de un excompañero de colegio, quien -como muestra de su apoyo ideológico- reprodujo en su muro el comunicado de unos militares en situación de retiro, de la época de la guerra, quienes manifiestan allí su persistente visión anticomunista y se notan algo molestos por los señalamientos de crímenes de guerra que sobre ellos pesan. A ese pronunciamiento respondió, en términos muy correctos, el sacerdote jesuita José María Tojeira, cuyo enlace pegué en la sección de comentarios de la mencionada publicación, con el fin de contrastar puntos de vista. Grave error. No imaginé el nivel de odio visceral que aún guardan estas personas, transmitido de generación a generación.
A estas alturas, alguien puede cuestionar el porqué uno se mete a comentar publicaciones con las que no está de acuerdo. La razón es sencilla: porque aparecen en el propio muro.
Aclaremos algo: desde el momento en que alguien decide “publicar” algo es porque lo pone a consideración "del público” y es susceptible de recibir reacciones y comentarios. Claro que puede haber respuestas fuera de tono o incluso ofensivas, las cuales (troles aparte), muestran intolerancia y mala educación por parte de quien las escribe. Pero fuera de estos casos, ¿por qué publican y luego se enojan?
En fin… pese a lo enriquecedor que puede llegar a ser el juego de ideas, lo cierto es que cuando la pena pesa más que el sano interés por debatir, el botón “dejar de seguir” aparece como una salida mucho más elegante que “eliminar de mis amigos”.