Publicado en ContraPunto
No todo lo que dice la sabiduría popular es sabio, porque los tiempos y las ideologías cambian, y lo que una vez fue incuestionablemente cierto puede haber quedado obsoleto; sin embargo, en la tradición oral hay ocasiones en que se hallan auténticas cápsulas de inteligencia emocional (interpersonal y, en ese sentido, políticas), condensadas como pequeños consejos que son ciertamente iluminadores.
Tal es el caso de la recomendación ancestral de las abuelas: “no andés sudando calenturas ajenas”, en referencia a la inconveniencia de tomar partido en pleitos de terceros, especialmente si el asunto objetivamente no nos incumbe; o si, al meter mano, existe la alta probabilidad de acarrearnos consecuencias negativas.
El mencionado axioma bien podría aplicarse para definir lo que parece ser la política exterior del gobierno de Nayib Bukele, en cuanto a no tomar partido, vía declaraciones oficiales, en conflictos que aquejan a otros países, tanto de la región como del otro lado del mundo. Así se entendería, por ejemplo, que El Salvador no emitiera postura oficial acerca de la guerra entre Rusia y Ucrania, pese a las presiones diplomáticas existentes. Otro caso candente donde hasta hoy se ha guardado silencio es sobre la actual crisis diplomática entre Ecuador y México, originada por la captura del exvicepresidente ecuatoriano Jorge Glas, convicto pero refugiado en la embajada mexicana en Quito. De la misma forma, este principio de fondo explicaría que El Salvador se haya abstenido de adherirse a pronunciamientos sobre temas de inestabilidad política interna, tanto en países vecinos y sudamericanos.
Cabe acotar que, en esta política de observación pasiva, definitivamente no entran los cruces de declaraciones de Bukele con mandatarios foráneos (Boric y Petro, por ejemplo), así como ciertos comentarios indirectos y alusiones sobre temas de política interna en los Estados Unidos (participación en la CPAC incluida); pues en todos estos casos fueron ellos quienes iniciaron las menciones directas y, en este ámbito, cualquier intercambio de dimes y diretes no es sino una respuesta en los mismos términos (técnicamente, calentura propia y no ajena). Tampoco hay que meter en el mismo saco las posibilidades de colaboración que El Salvador pueda aportar, a partir de su experiencia y si así se lo piden, en la construcción de soluciones que los gobernantes de otras naciones estén implementando en sus propios países, especialmente en el tema de seguridad pública, si estos lo solicitan.
Acerca de la conveniencia o no de aplicar la aludida máxima ancestral (no meter las narices donde no nos corresponde), puede haber mucho debate. Para unos, podría poner en peligro ciertas alianzas estratégicas con los países que presionan por obtener un respaldo o declaración acorde a sus intereses (más de un funcionario europeo mencionó que ellos “recordarán” a aquellos países que no se plegaron a la posición de la OTAN frente a Putin); para otros, en cambio, esta manera de no azuzar la leña en otros lugares puede favorecer una mayor amplitud en las relaciones internacionales, las cuales necesariamente se ven restringidas al alinearse a un solo bloque político o ideológico. Otra posible ventaja añadida que se podría esperar es reciprocidad en cuanto a no meterse en nuestros asuntos internos y evitar posibles expresiones de censura, especialmente porque la figura y el estilo peculiar de gobernar de Nayib Bukele han estado en la mira del establishment.
Lo cierto es que solo el tiempo revelará los frutos de esta manera de conducir las relaciones internacionales del país. De momento, hay que reconocer buena dosis de valentía al tomar ese riesgo y, en ello, recuperar algo de la soberanía nacional que se perdió en décadas anteriores… al menos en cuanto a declaraciones internacionales respecta.
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