Publicado en Diario El Salvador
Un agorero es alguien “que predice males o desdichas”. Su significado también se aplica, por extensión, a gente muy pesimista que solo ve dificultades, nunca oportunidades. El término tiene su origen en la antigüedad grecorromana, donde había personas consideradas especialistas en la interpretación de augurios: señales supuestamente provenientes de los dioses o de fuerzas sobrenaturales. Aunque tales predicciones no eran exclusivamente sombrías, con el tiempo el agorero fue adquiriendo una connotación negativa, hasta derivar en su sentido actual.
En las sociedades contemporáneas, más racionales y menos supersticiosas, los agoreros siguen presentes, aunque se les vea como marginales. Lo interesante es que también existen en versiones mutadas. En nuestro país, los hallamos en forma de analistas, comentaristas y activistas políticos de oposición, quienes practican la extraña afición de predecir fracasos, pero no a partir de indicadores objetivos, sino de una actitud nociva y un pensamiento fatalista, que “no ve posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos adversos”, infundiendo desánimo y desaliento. Quizá ya no interpreten señales misteriosas para fundamentar sus negaciones, pero sí se apoyan en sus propios sesgos cognitivos y necedades ideológicas.
Uno de los casos más recientes es el de un académico que —refiriéndose al programa de becas para estudios superiores que impulsa la Secretaría de Integración— sentenció lo siguiente: “Van a dar muchas becas y van a generar mucha frustración”, porque los beneficiados ingresarán a la universidad pero “al cabo de uno o dos semestres la van a abandonar, porque no tienen las competencias necesarias y, además, son de escasos recursos económicos y no podrán esperar siete años para graduarse”.
Semejante afirmación descansa en varias falacias, siendo la principal el ignorar la relación entre las inteligencias múltiples y la carrera a elegir: se trata de que cada quien reconozca sus habilidades particulares y elija su profesión en función de ellas. Decir que los jóvenes de centros escolares públicos carecen de competencias es una falsa generalización y una afirmación clasista, que fácilmente pueden desmentir los docentes que trabajan con ellos en los cursos de preparación. Las becas son acciones positivas para romper el bucle de la pobreza, atacando la perpetuación de imposibilidades fácticas.
Hay otros agoreros que —con añejo pero diluido prestigio analítico, que ellos mismos se dedicaron a defenestrar a base de ligerezas— parecieran despertar a diario con la única consigna de fustigar cuanto proyecto se anuncie. Para ello no solo filtran a conveniencia información parcializada, sino que la distorsionan y hasta la inventan. Sobre esa base producen afirmaciones tales como que “el país no puede estar viviendo una nueva realidad ni podrá vivirla en el corto plazo”, pese a que los indicadores objetivos y la percepción ciudadana muestran que el país va por el rumbo correcto.
En este afán de torpedeo ideológico, hay quienes construyen su discurso desde una autoridad que no tienen, ni en lo moral ni en lo intelectual. Se esmeran en hacer elucubraciones en voz alta, pero sin el filtro de la lógica ni la prudencia. Se lanzan contra obras necesarias y con proyección a mediano plazo, como el Aeropuerto del Pacífico, del cual uno de ellos vaticinó que “no va a servir, no va a ser rentable”, sin aportar ningún dato, estudio ni evidencia para sostenerlo.
Al final, queda cierto margen de duda sobre la motivación de estos agoreros, profetas del pesimismo. Puede ser que hablen convencidos de lo que dicen o, por el contrario, que lo hagan para vender un discurso interesado. Si este fuera el caso, se entendería como una intención perversa, una pose, parte de una estrategia política. Pero si su estado de ánimo fuera realmente tan oscuro y nihilista como lo proyectan, sería un urgente llamado de atención sobre su salud mental.
 


 
 
 
 
 
 

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