Se ve fácil, pero no lo es: hay que seguir con fidelidad ciertas normas para que el producto final esté conforme a las expectativas creadas, y eso quiere además de motivación, disciplina, esmero y paciencia. Para muchos y no sin alguna justificación contextual, decir que escribir una novela de este género “es seguir una receta” tiene connotación peyorativa; pero sólo es así de simple para quien nunca ha practicado el arte culinario, en donde el éxito es el resultado natural del rigor con que se acaten las recomendaciones acumuladas por la experiencia y transformadas en "reglas del género", aunque no por ello se cierren totalmente las puertas a la creatividad.
Por lo temático, el protagonista ha de ser adolescente, como sus virtuales lectores o lectoras, a fin de propiciar la identificación con el personaje principal y potenciar el avance en la lectura. El amor romántico juvenil -implícito o explícito, ya sea disfrazado de amistad o confeso pero ingenuo por cualquier lado que se lo vea- se requiere cual imperativo categórico; ha de haber pinceladas históricas o biográficas superficiales, las suficientes para señalar un posible núcleo de interés sin abrumar.
Por lo estilístico, la simplificación de la construcción sintáctica de las oraciones y la brevedad de los capítulos es la llave para facilitar la lectura fluida, aunque para ello deban sacrificarse esos retorcimientos y piruetas verbales que tanto seducen a los cultores de la palabra.
Desde hace rato vengo preguntándome por la justeza de los vilipendios que algunos críticos, lectores y escritores de uno y otro género lanzan (¿lanzamos?) contra esta “literatura juvenil”: que si por industrial, que si por estandarizada, que si por no sé qué... Pero ¿ha de ser defenestrada por causa del solo pecado de gustarle al común de las gentes, precisamente por su sencillez?
viernes, 15 de agosto de 2008
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