domingo, 22 de febrero de 2009
Un enorme eufemismo
No creo posible comentar “Pretty baby” (1978) únicamente en cuanto producto artístico. Si así fuera, bastaría con decir que es una película común, que cuenta la historia de Violet, una niña de doce años que acepta como normal el mundo en el que vive, de donde ha obtenido sus expectativas de vida y dentro del cual ansía por desarrollarse. Los detalles perturbadores vienen en cuanto uno considera, primero, que ese mundo es la prostitución; segundo, que la actriz es una niña real de doce años y, tercero, que hay un par de escenas en las que uno duda incluso si habría lugar para debatir su carácter de pornografía infantil, por más amplitud de criterio que tenga el espectador. Ni me va ni quiero asumir el papel de puritano, pero la película me pareció un enorme eufemismo, pues apenas si menciona de forma superficial el maltrato y la degradación humana que sufren las mujeres que se ven forzadas a ejercer este antiquísimo oficio. Allí no parece que nadie sufra de veras, los momentos dramáticos y traumatizantes son suavizados mediante el soslayo e incluso la sublimación y, a la larga, la razón de la existencia cinematográfica de esta obra viene siendo presentación de la mercancía: las poses que fueron y son el motivo de la polémica y, paradójicamente, la razón por la cual este filme ha dado tanto que hablar.
sábado, 21 de febrero de 2009
El gran Clouseau
Además del extendido tiempo de diversión y la satisfacción de remembranzas propias de la edad madura, otros descubrimientos y confirmaciones he conseguido al ver las cinco películas de Peter Sellers como el inspector Clouseau. En general, concuerdo con el juicio de la crítica sobre que “A shot in the dark” (presentada en 1964, aunque fue la primera filmada) es la de mejor nivel, por ser más compacta y unitaria, si bien a la caracterización del detective torpe le falta todavía el elemento hilarante del extremado acento “fgancés” y el esplendor maravilloso de los disfraces, que alcanzan su culminación en “The revenge of the Pink Panther”, de 1978.
El filme que dio origen a la franquicia (“The Pink Panther”, de 1963), sin dejar de ser cómica, realmente no está enfocada la figura de Clouseau, sino sobre el personaje de Sir Charles, encarnado por David Niven. En cuanto a “The return of the Pink Panther”, de 1975, yo diría que es una continuación suficiente, aunque algo repetitiva en cuanto a las bromas y tramas secundarias y, sobre todo, con un argumento un tanto débil. La que me gustó menos, ahora y hace más de treinta años, fue “The Pink Panther strikes again”, de 1976, aunque paradójicamente es la que más se asemeja a los argumentos típicos de la caricatura.
La única comprobación un tanto decepcionante es que, en efecto, la caracterización básica del personaje del Chapulín Colorado, de Chespirito, como un súper-héroe incompetente, no es sino un calco de Clouseau, lo que disminuye en algo (aunque no en mucho) mi admiración por uno de los iconos culturales de mi infancia.
El filme que dio origen a la franquicia (“The Pink Panther”, de 1963), sin dejar de ser cómica, realmente no está enfocada la figura de Clouseau, sino sobre el personaje de Sir Charles, encarnado por David Niven. En cuanto a “The return of the Pink Panther”, de 1975, yo diría que es una continuación suficiente, aunque algo repetitiva en cuanto a las bromas y tramas secundarias y, sobre todo, con un argumento un tanto débil. La que me gustó menos, ahora y hace más de treinta años, fue “The Pink Panther strikes again”, de 1976, aunque paradójicamente es la que más se asemeja a los argumentos típicos de la caricatura.
La única comprobación un tanto decepcionante es que, en efecto, la caracterización básica del personaje del Chapulín Colorado, de Chespirito, como un súper-héroe incompetente, no es sino un calco de Clouseau, lo que disminuye en algo (aunque no en mucho) mi admiración por uno de los iconos culturales de mi infancia.
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Rafael Francisco Góchez
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Cine sin "pop corn",
El niño y el joven,
Recuentos
miércoles, 18 de febrero de 2009
Letras nuevas, jurados obtusos.
Los exigentísimos jurados de la IV edición del premio “Letras nuevas”, convocado por un prestigioso matutino local, tan sólo les han perdonado la vida a una novel escritora de cuentos y a dos jóvenes poetas, con la doctoral admonición de que agradezcan por no haberlo declarado desierto. La habilidad de pronunciar sandeces desde una postura seudo-artística es ya una costumbre en progresión geométrica en este enorme microbús local conocido como “nuestro ámbito cultural” (léanse, para ilustración, este y aquel comentario de los etéreos césares aludidos, quienes han desacreditando incluso a los ganadores con un pedante “anantes”).
Es virtualmente imposible que de trescientos setenta y cinco trabajos presentados apenas haya nada rescatable. El conocimiento que tengo de la obra de algunos participantes, así como la experiencia como organizador y jurado de eventos similares, me da los argumentos concretos para fundamentar esta apreciación. Creo, en cambio, que algunos jurados literarios locales utilizan el evento para darse aires de una grandeza intelectual a la que sus propias producciones literarias no les hacen merecedores, ni por volumen ni por intensidad, excepto en el minúsculo pero influyente circuito cerrado de autores-editores-críticos en que se maneja este mundillo editorial guanaco (sí: también en este ámbito somos “los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo”).
Obtusos señores y señora del jurado: a ver si les alcanza la moderación de su propio ego para entender que un certamen de esta naturaleza es para promover y estimular a quienes lo hacen bien, que sí los hay, y no para que Uds. continúen reproduciendo ese mismo esquema mezquino de nulificación literaria, que es al mismo tiempo causa y consecuencia de la insignificancia artística en que nos consumimos desde siempre.
¡Gracias por nada, oh dioses del olimpo de bajareque!
Es virtualmente imposible que de trescientos setenta y cinco trabajos presentados apenas haya nada rescatable. El conocimiento que tengo de la obra de algunos participantes, así como la experiencia como organizador y jurado de eventos similares, me da los argumentos concretos para fundamentar esta apreciación. Creo, en cambio, que algunos jurados literarios locales utilizan el evento para darse aires de una grandeza intelectual a la que sus propias producciones literarias no les hacen merecedores, ni por volumen ni por intensidad, excepto en el minúsculo pero influyente circuito cerrado de autores-editores-críticos en que se maneja este mundillo editorial guanaco (sí: también en este ámbito somos “los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo”).
Obtusos señores y señora del jurado: a ver si les alcanza la moderación de su propio ego para entender que un certamen de esta naturaleza es para promover y estimular a quienes lo hacen bien, que sí los hay, y no para que Uds. continúen reproduciendo ese mismo esquema mezquino de nulificación literaria, que es al mismo tiempo causa y consecuencia de la insignificancia artística en que nos consumimos desde siempre.
¡Gracias por nada, oh dioses del olimpo de bajareque!
martes, 17 de febrero de 2009
La mayor miseria
El ser humano es miserable. Lo peor de sí mismo aflora especialmente cuando más se necesita contenerlo, es decir, en situaciones difíciles, extremas, al límite. Luego del tenso par de horas contemplando la película “Blindness” -versión cinematográfica de “Ensayo sobre la ceguera”, de José Saramago- acaso este sea el único mensaje posible. Ya un par de décadas atrás habíamos llegado a esta conclusión sin esperanza con la película “Lord of the flies”, basada en la novela homónima de William Golding, y las recientes visiones putrefactas de “Apocalypto” nos lo habían confirmado. Que si los intentos de la civilización por contener esta tendencia maligna en su balance final han fructificado en algo o, por el contrario, sólo han producido maquinarias más sofisticadas, es tema para seguir discutiendo por puro ocio: pensemos lejanamente en la Inquisición, los nazis y los jemeres rojos; o bien, en sus grotescas analogías locales, como los “cuerpos de seguridad” de los años setenta y las purgas internas de los ahora redentores. Pocas obras de ficción logran que uno llegue a preguntarse sobre el verdadero y esencial origen de una especie perfectamente capaz de llegar hasta situaciones como las allí descritas, en una hipotética situación en la que, desde la posesión de la salud y la estabilidad, es imposible predecir cómo habría uno mismo de comportarse.
domingo, 8 de febrero de 2009
Majestuoso y elegante
Difícilmente recuerde algún fragmento de otra película (vista en aquel antiguo y ya inexistente cajón llamado cine “Olimpia”, de Santa Tecla), que sea anterior a “El abominable Dr. Phibes”. Dice mi madre que yo, como a los seis años de edad, me ponía una toalla oscura por capa y hacía ademanes como si ejecutara el siniestro teclado de aquel médico demente. A la distancia, apenas había algunos fotogramas que tenía guardados en la lejana memoria: un líquido verde saliendo por un tubo, unas como langostas devorando un cadáver reciente y, por supuesto, el calavérico rostro del protagonista, en medio de los tétricos acordes siniestros de un órgano tubular. No supe hasta este día, cuando encontré la película y la vi nuevamente, qué me había cautivado a tan temprana edad: fue su elegancia y majestuosidad, el estilo del Dr. Phibes para hacerlo todo tan pausada y artísticamente, con todos los detalles calculados... ¡y en un impecable orden!
Publicadas por
Rafael Francisco Góchez
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Cine sin "pop corn",
El niño y el joven
sábado, 7 de febrero de 2009
La perspectiva lo es todo
He concluido la lectura de “Matar a un ruiseñor”, de Nelle Harper Lee, y me apresto a iniciar la película correspondiente, cuyas referencias son muy buenas. De la lectura destaco un aspecto pocas veces logrado: la capacidad de la autora para narrar un mundo comprendido y estructurado desde la perspectiva de una niña de ocho años, aunque redactado con la pericia de quien sabe hacerlo. El resultado es una voz narrativa que emerge con una novedosa singularidad: es, a un tiempo, adulta, madura, infantil e inocente. La referencia a “Mujercitas”, de Louisa May Alcott, es inevitable, más allá de algunos ecos biográficos y reivindicativos: en ambas obras se ha capturado un trozo de eso que difusamente conocemos como “la vida”, sin presunciones, pedanterías ni recetas repetitivas de "best-seller".
martes, 3 de febrero de 2009
Miseria mental
De entre las muchas razones que me mantienen a prudente distancia de la política partidista hay una que he podido reconfirmar en los últimos días: la capacidad de las personas adeptas de uno y otro bando para hacer sesudos análisis de una realidad que sólo existe en los estrechos límites de su desordenada imaginación. Escuchar sandeces del calibre de que un determinado partido político es la representación del Mal sobre la tierra (y, en contraparte, su supuesta antítesis ideológica vendría siendo el mero Bien) es algo que exige una altísima dosis de paciencia y compasión por la carencia de neuronas analíticas del afectado. Elucubraciones tan insólitas para explicar la pérdida de una elección local (tipo “están verdes las uvas” o “lo sospeché desde un principio”) han sido tan frecuentes y lamentables, cuya dimensión sólo es comparable con la ausencia de la necesaria autocrítica de que carecen sus líderes, inmunes a toda renovación. Tipos que aseguran falsedades contextuales o históricas referentes a los años en que todo explotó, como si les constaran o hubieran sido testigos, hacen ver como minúscula esa declaración final del universo de Macondo (que la Compañía Bananera nunca había existido), además de ser prueba incontestable del miserable estado de la memoria colectiva, en donde no sólo se olvidan cosas que pasaron antes, sino que se dan por ciertas otras que jamás ocurrieron. Y en tal estado de cosas, donde cada quien dice y cree lo que le place, ¿habrá algún lugar para la verdad?
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