A propósito de la siguiente anécdota, concluyo que desde pequeño tenía cierto afán por asegurarme de que las cosas salieran bien, y para eso ya sabemos que sólo hay una manera.
Tendría yo unos seis o siete años cuando escribí una especial carta de petición de regalos a Santa Claus, en la cual pedía no sé si un robot de pilas con diseño bastante personalizado o algo difícil de conseguir en un almacén estándar, pero posible en mi imaginación. El procedimiento usual para hacer llegar la carta era tan sencillo como dársela a mi abnegada madre. Hasta allí, todo normal. Pero un día, deambulando por su escritorio, accidentalmente descubrí la crucial carta reposando aún en una de las gavetas. Asumiendo que mi progenitora había olvidado el trámite y temiendo que por ello la misiva no llegara a tiempo, me dirigí yo mismo a la oficina de correos, con el sobre para correo aéreo debidamente rotulado.El empleado que me atendió puso cara sonriente (tipo "¡ah, la inocencia infantil!") y me recibió el sobre. Satisfecho, regresé a casa (y, ahora que me pongo a pensar en ello, no creo haber pagado el importe de ningún sello postal). Cuál fue mi sorpresa y molestia cuando, días después... ¡volví a encontrar el mismísimo sobre en el escritorio materno! En aquel justo momento, no me puse a pensar sobre cómo había llegado allí de regreso, sino que mi único propósito fue regresar a la oficina postal y volver a mandar la carta, esta vez asegurándome de que cayera en el buzón respectivo, previas instrucciones explícitas al respecto. Ante mis reclamos, creo recordar que el empleado de correos, sin perder su sonrisa de "¡ah, qué niño!", me dijo al recibir el sobre algo así:
- Mire, jovencito: cuando llegue a su casa... ¡hable con su mamá, para que le explique!
Si no fuera por las elaboradas escenas de violencia al crudo estilo Tarantino, uno diría que "Inglorious basterds" (2009) es una especie de comedia; retorcida y oscura, sí, pero con un malsano espíritu carnavalesco que la vuelve interesante de ver. Habiendo superado varios de los muchos clichés con que la cinematografía norteamericana enfoca el tema, y con el añadido de ver cumplido (al menos cinematográficamente) uno de los objetivos de aquella enorme matanza, hay en ella las actuaciones memorables de los protagonistas, ambos tipos sin entrañas: la teatralidad y refinamiento de Cristoph Waltz como el coronel Landa y, claro está, el inusual personaje "western" que hace Brad Pitt (comiquísimo especialmente cuando habla italiano). Eso sí: no sé si preocuparme demasiado por la fundada creencia de que se requiere de una visión de mundo demasiado escéptica, irreverente y descreída para disfrutar de esta película como se debe.
"District 9" (2009) es un enorme campo de concentración de alienígenas, una especie de asquerosas langostas humanoides de quienes, por momentos, uno clama por su inmediata detonación. Pero después del inicio de la metamorfosis accidental del protagonista (no tan detallada como en "The fly", pero igualmente nauseabunda), uno pasa poco a poco a comprender algo de la situación de las criaturas extraterrestres, sin caer en la lástima fácil, tanto así que a la hora de las batallas ya no es tan sencillo elegir el bando bélico de su preferencia, entre otras cosas porque el principal implicado es una simbiosis de ambos y porque no se sabe si es peor la plaga de horribles criaturas o la mafia de traficantes humanos infiltrada en el sector. Mención aparte merece la biotecnología alienígena, por la cual uno acaba siendo seducido. Eso sí, admitamos que la crujiente sensación de cucarachas aplastadas y las varias explosiones de cuerpos humanos cuyos minúsculos restos chispean las cámaras no dejan de causar cierta impresión, aunque seguramente en la sala de cine habrá más de algún tipo o tipa con el cerebro transtornado... ¡que romperá en carcajadas impertinentes!
Aunque toda la película "Up" (2009) se disfruta con agrado (¿pero es que hay otra forma de disfrutar?), son los primeros doce minutos los que realmente producen emoción tal como nos la define en su primer sentido ese notable grupo de académicos ultramarinos que pretenden distinguir y normar nuestro idioma: "alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática". Logra el filme tal efecto inicial con pocas palabras, momentos significativos, imágenes sugerentes y un proyecto de vida latente. De allí en adelante, ya es el entretenimiento, la risa y la emoción en su segunda acepción ("interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo"), no demasiado diferente de otras entretenidas películas de esta clase, en cuanto a la trama, aun cuando hemos de reconocer el ingenio de los collares parlantes para perro y los ecos del laureado cortometraje "Le ballon rouge" (1956).
Pese a la somnolienta experiencia de una noche malagueña en 1993, cuando los que éramos jóvenes escritores buscábamos las más diversas y discretas opciones para salir a toda costa de la sala de conferencias del CEULAJ, local donde el cineasta Víctor Erice en persona nos presentaba "El sol del membrillo" como una propuesta y alternativa ante el cine hollywoodense (no con todo éxito, por cierto); y aun cuando hube desistido, ya en épocas más recientes y en DVD, del tortuguesco ritmo inicial de "El espíritu de la colmena"; decidí hacer caso de la crítica especializada y ver "El sur" (1983), etiquetada como una de las obras cumbres del cine español.
La película de suspense "En la ciudad sin límites" (2002) me fue sugiriendo (como debe ser) varias hipótesis de desenlace, conforme se iba desarrollando, casi todos relacionados con la posible falsedad de la realidad aparente (como en "Dark city", "Truman show" y "Abre los ojos"). Pero aun cuando esas insinuaciones no se concretan, en beneficio de un drama familiar y romántico, hay otros tipos de falsedades y engaños que acaban descubriéndose, acaso más dolorosos. Aparte del interés por la trama, me llamó la atención que, pese al género al que pertenece, uno puede observarla con una suerte de tranquilidad intelectual poco usual, sin los golpes de adrenalina a que nos tiene acostumbrados la vertiente cinematográfica anglosajona, contraste del cual brota el gusto por haberse uno enterado de algo novedoso.
Sabido es que antes de sentarse a ver cine europeo clásico hay que bajar expectativa de la velocidad de los acontecimientos, más si de cine culto (recomendado por alguna razón estética o página web) se trata, y especialmente cuando hay de por medio una adaptación de una novela. Hecho lo anterior, el concepto de injusticia social que brota de "Los santos inocentes" (1984), del director Mario Camus y basada en la obra homónima de Miguel Delibes, se nos revela en los matices precisos de un realismo sin aspavientos, de donde la condición humana no se reivindica ni con la justa y silvestre venganza ni con la siguiente generación sumergida en un inquietante ostracismo. Lo demás, una sensación depresiva de la que tarda uno algo en recuperarse.



