Con más de veinte años de docencia acumulada, no es inusual que uno se halle por aquí o por allá con gente ya mayor que, en tiempos de joven adolescencia, fueron sus alumnos. Cierto es que, por cuestiones de las elevadas cuentas (unos 2,500 exalumnos/as), muchas veces uno no puede acordarse del nombre de aquella persona que lo saluda sonriente, más cuando resultan difíciles de reubicar en el recuerdo de aquella aula brumosa en la memoria, por efectos de su propia maduración; pero aun asumiendo como parte de la profesión ese tipo de detalles, cae como buen tónico para la autoestima docente el saber o intuir que a uno lo tienen al menos en buen concepto (pues si no, harían como hacen algunos al amparo de aquel dicho: "me aparto, me agacho y me retacho").
Esto viene a propósito de una agradable visita que hoy recibí, de alguien que ahora ejerce la medicina especializada, y a quien recuerdo de sus tiempos de estudiante como una persona muy aplicada, que se expresaba correctamente y a quien la materia de Letras (de los antiguos programas) le parecía interesantísima, pese a que por aquellos tiempos ya hubiera querido yo tener el repertorio de métodos y técnicas de que no me dotó la universidad, sino la experiencia y formación laboral.
Como no tengo motivos para asumir el discurso victimista de quienes perciben su trabajo como una sucesión de penas e incomprensiones, no es esta anécdota la rara excepción que le da sentido a todo. Sin embargo, sí me place declarar lo siguiente: que me alegra sobremanera constatar una vez más (y por si no me había quedado claro) la existencia de ese sentimiento exento de intereses y contaminaciones, que bien podríamos llamar... ¡afecto docente!
miércoles, 17 de febrero de 2010
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3 comentarios:
Bueno, con casi 33 años puedo decir que soy testimonio de lo que usted comenta en esta "entrada", pero tengo que agregar además que en mi caso el "afecto docente" no es precisamente el término correcto para expresar lo mucho que le aprecio....MB
Espero haber sido esa agradable visita...Que maravilla tener la oportunidad de agradecer a quien nos impactò tanto la vida y que despertò esa raìz artìstica (de poetas y locos todos tenemos un poco)que todos llevamos dentro..
Que las futuras generaciones tengane l privilegio de disfrutarlo.
Aìda Torres.
Muchos de nosotros sentimos un gran afecto hacia usted. Yo me cuento en el grupo que recibió inspiración, apoyo, ánimo, regaños bien merecidos y elogios (no sé si tan merecidos).
Ahora que también soy docente y lucho por meter a un grupo de adolescentes en el mundo de las letras a empujones y patadas, lo recuerdo con mucho cariño sus clases. Muchas gracias por hacer de la palabra una amiga y de los libros compañeros agradables.
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