En el transcurso de la vida uno va conociendo y coincidiendo con el pensamiento de ciertas personas que suelen generar análisis y opiniones. Sin embargo, de vez en cuando –cual excepción que confirma la regla– uno los ve resbalar en alguna cáscara mental, recordando que los seres humanos no estamos exentos del error, a veces garrafal.
Quizá en otro momento comente ciertos aislados párrafos impropios de personajes ilustres, generalmente lúcidos y sinceramente admirados, como el Dr. Ignacio Ellacuría, S.I., y el maestro Lic. Francisco Andrés Escobar; entretanto, me referiré a un artículo de Joaquín Samayoa contra la Ley para el Control del Tabaco aprobada recientemente por la Asamblea Legislativa, vetada por el Presidente Funes y ratificada por los legisladores con mayoría calificada, superando la voluntad del mandatario y convirtiéndola en ley de la República.
Don Joaquín posee maestrías en educación y ciencias políticas y sus ideas bien fundamentadas suelen dar luces orientadoras; sin embargo, en esta ocasión discrepo esencialmente con sus argumentos, que hallo sumamente vulnerables.
Habiendo establecido su postura contraria a esta ley en particular, don Joaquín valida los argumentos dados por Funes: "la ley que vetó el Presidente es claramente inconveniente no sólo por las razones que él ha expuesto, sino también" por otras más que el propio Samayoa añade.
Cabe recordar que los argumentos del Presidente Funes fueron dos, en esencia:
- Que esa ley es excesivamente prohibitiva, vulnerando la libertad individual, pues a fin de cuentas fumar solo perjudica al fumador (“la afectación sólo está relacionada con su propio bienestar y, como ya se recalcó, no perjudica bienes jurídicos ajenos“).
Semejante afirmación es contraria la ciencia médica -como fácilmente puede comprobarse con documentación de la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo- y extraña mucho que un hombre ilustrado y estudioso como Joaquín Samayoa manifieste estar de acuerdo con este argumento.
- Que esa ley afecta negativamente a la industria tabacalera y a otros privados, como las agencias de publicidad.
Siendo el tema del tabaco un problema de salud pública, por sí solo este argumento es insólito viniendo de un Presidente que llegó al cargo precedido de una reputación periodística desde la cual defendió el interés público por sobre el privado.
Por otra parte, es ésta una objeción absurda por cuanto el efecto obvio y esperado de una ley contra el tabaco es, de una u otra forma, la reducción de su consumo, cosa que con toda claridad ha de afectar negativamente a las empresas relacionadas con el producto.
Como se indicó antes, Samayoa añade más argumentos contra esta ley en particular, si bien se cuida de aclarar que no pone en discusión los daños que provoca el tabaco, aunque aboga por la autorregulación.
El primer anexo es que la ve impráctica, por cuanto añade trabajo y trámites al personal del Ministerio de Salud. Si la fuerza de este argumento es la lógica de “mucho cuesta, no lo hagamos”, no aporta mucho.
Luego califica de absurda y discriminatoria la prohibición, plasmada en la ley, de vender cigarrillos sueltos “al pobre que no tiene para pagar un paquete de diez o veinte, o a los que desean auto-limitarse y prefieren comprar pocos cigarrillos para no verse en la tentación de fumar mucho”. La mención –un tanto demagógica– del “pobre” olvida que -hasta donde se sabe- comprar veinte cigarrillos sueltos sale más caro que comprar el paquete de veinte; por otra parte, la auto-limitación depende de la voluntad personal, a menos que se busquen excusas.
Antes de concluir, un breve comentario sobre las apreciaciones políticas de don Joaquín. Se queja, y con razón, de la frecuente carencia de razonamientos válidos y distorsiones argumentativas que padecen los diputados y diputadas. Pero en este caso particular y puesto que apoyaron al Presidente Funes, afirma que “sólo se salvan GANA y el PCN". Quizá no escuchó la intervención apocalíptica de un diputado defensor del veto, comparando la ley en cuestión con la “ley seca” y advirtiendo sobre el surgimiento de mafias tabacaleras al estilo narcotraficantes.
Por el bien del sano debate y los buenos columnistas, espero que en su próximo artículo don Joaquín recupere la lucidez a que nos tiene acostumbrados.
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