El librepensador es la antítesis de la ortodoxia.
Un ortodoxo está de acuerdo y defiende la doctrina fundamental de determinado sistema ideológico, religioso, político o de otra índole; en cambio, un librepensador forma sus opiniones y toma sus decisiones luego de analizar la situación en su contexto, independientemente de la imposición dogmática de cualquier naturaleza.
El librepensador medita, pondera, manifiesta y argumenta su postura a la luz de la razón, apoyándose en los aportes culturales y científicos; mientras que el ortodoxo cita y reafirma lo que otras personas o instancias de autoridad han dictaminado como cierto, sabio, seguro, confiable, correcto, justo y adecuado, todo lo cual constituye su certeza.
Ciertamente, una persona en ejercicio del librepensamiento y otra basada en la ortodoxia podrían estar de acuerdo sobre un mismo tema en particular, aunque por razones distintas. Por ejemplo, si ambos fueren contrarios a la pena de muerte, uno argumentaría su ineficacia para inhibir los delitos abominables mientras que otro se basaría en la doctrina religiosa a la cual está adherido.
Sin embargo, un desacuerdo concreto sólo es superable si el librepensador halla fundadas razones para cambiar de opinión o si el ortodoxo se aparta del dogma. En todo entendimiento posible, el librepensador seguirá siendo librepensador; en cambio, el ortodoxo sólo puede seguir siéndolo si se sale con la suya, pues para modificar su postura éste deberá dejar de serlo. Así, en una de sus dos posibilidades el ortodoxo en cuanto tal necesariamente lesiona el ejercicio del pensamiento crítico y, en ello, algo esencial del ser humano.
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