¿Qué sabe el pueblo salvadoreño de los sangrientos acontecimientos de 1932? La gente dice, habla, comenta y hasta conmemora, pero muy pocos tienen conocimiento serio, fundamentado, de aquellos hechos.
Las certezas y mitos sobre el 32 son tan difusas como el número de muertes que se produjeron, cantidad que según la fuente y los intereses oscila entre 5,000 y 40,000. El Gral. Maximiliano Hernández Martínez, gobernante de aquellos años duros, es recordado por unos como el mejor presidente que ha tenido El Salvador… y por otros como el más grande genocida que haya mandado por esta finca olvidada de la cultura y la civilización. La guerrilla de las FPL y luego el FMLN se pusieron el nombre de Farabundo Martí, uno de los líderes de aquella malograda revuelta, a quien tienen por ilustre figura emblemática, mientras el partido Arena hasta hace poco solía iniciar su campaña electoral en Izalco porque “allí se detuvo el avance del comunismo”.
Sin ser absoluto, uno de los estudios mejor fundamentados y más profesionales sobre el tema es el libro del historiador norteamericano Thomas Anderson, titulado El Salvador: los sucesos políticos de 1932. No dispongo de la edición original en inglés, que debe ser de principios de los setentas, pero el libro ya traducido se difundió a través de la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) en 1976 y la Dirección de Publicaciones e Impresos hizo un tiraje nacional en 2001. Toda biblioteca nacional, universitaria o escolar que se precie de serlo debe tener un ejemplar a disposición del público.
Para escribir este libro de 250 páginas, Thomas Anderson leyó acuciosamente casi setenta trabajos impresos y manuscritos, aparte de los periódicos de la época, cartas, hojas volantes, comunicados, testimonios y otros documentos, habiendo además realizado más de cien entrevistas a personas de todos los sectores involucrados. Todo este material lo dispuso ordenadamente, formulando conclusiones e interpretaciones con bastante conocimiento de causa, con el acierto adicional de que, por su condición de investigador extranjero, pudo tomar la distancia científica necesaria para no caer en las habituales trampas ideológicas nacionales.
Para quien quiera llamarse ciudadana o ciudadano salvadoreño, con plena conciencia de su nacionalidad y con una mínima perspectiva histórica, la lectura de este libro es imprescindible.
De los muchos puntos de interés que se pueden reseñar y comentar, hay cinco que me parecen destacables por cuanto a lo largo del tiempo tienden a falsificarse por unos y otros. Son los siguientes:
• La explosión social campesina tuvo como causa fundamental la extrema pobreza y exclusión estructural. Sobre esa base, los organizadores de la revuelta azuzaron el levantamiento con prédicas comunistas.
• Las acciones violentas, tanto de la rebelión como de la represión, tuvieron características prácticamente medievales, con marcados episodios de crueldad que en ocasiones fueron más allá de las meras ejecuciones sumarias.
• La única parte de la rebelión realmente peligrosa, capaz de dar alguna posibilidad de triunfo, era el apoyo de algunos cuarteles; sin embargo, esta conspiración fue descubierta y neutralizada pocos días antes de la fecha programada. Así pues, cuando la indiada de occidente se alzó, al tenor de los retumbos del volcán de Izalco, ya eran solo carne de cañón.
• Los alzados en armas mataron a un centenar de personas, mientras que el gobierno ejecutó a unos 10,000 rebeldes (o sospechosos de serlo) durante las semanas posteriores. Salvo los casos de los líderes Martí, Luna y Zapata, prácticamente en ningún otro caso hubo proceso judicial formal.
• Muy a pesar de quienes prodigan aprendidos cultos ideológicos, no hay mucho que admirar en las personalidades, acciones o inteligencias de quienes lideraron aquellos sangrientos acontecimientos.
Todo lo anterior es tristísimo, más aún si pensamos en su inutilidad, pues fue una lección histórica no aprendida.