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Hacia las nueve de la noche, comenzó el recital y el disfrute, facilitado por el éxodo de la masa amorfa y vociferante a la que el nombre de este cantautor no le sonaba mucho (para ellos, puras pancartas y consignas). Quedamos, pues, quienes nos la llevamos de finos (humildemente y sin agraviar): alrededor de... ¿dos mil personas? Da igual, el número no importaba, abstraídos como estábamos en la atmósfera musical y poética.
Aquello transcurrió entre la atenta escucha y el coro espontáneo, la conexión directa entre artista y público, hasta que las pringas de lluvia dieron por finalizada la noche, tras dos horas y quince minutos de plenitud. ¡Todo un éxtasis en sobria ebriedad estética!
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