Al Festival Verdad 2003, organizado por el IDHUCA, llegamos como a las siete de la noche con el solo propósito de escuchar a Luis Eduardo Aute. Aparte de sus canciones, había un elemento onírico en ello, pues en algún par de ocasiones durante la década anterior me había situado en episodios que involucraban un concierto suyo, al cual nunca había asistido ni siquiera por vídeo.
Hacia las nueve de la noche, comenzó el recital y el disfrute, facilitado por el éxodo de la masa amorfa y vociferante a la que el nombre de este cantautor no le sonaba mucho (para ellos, puras pancartas y consignas). Quedamos, pues, quienes nos la llevamos de finos (humildemente y sin agraviar): alrededor de... ¿dos mil personas? Da igual, el número no importaba, abstraídos como estábamos en la atmósfera musical y poética.
Aquello transcurrió entre la atenta escucha y el coro espontáneo, la conexión directa entre artista y público, hasta que las pringas de lluvia dieron por finalizada la noche, tras dos horas y quince minutos de plenitud. ¡Todo un éxtasis en sobria ebriedad estética!
domingo, 25 de marzo de 2007
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