A veces, más pronto de lo que puede brotar cualquier razonamiento preventivo, me veo sumergido en cierta parte del museo familiar que no me es grato hurgar: textos y fotografías de los años previos a 1979. Aquel período y especialmente ese año está lleno de recuerdos dolorosos, concentrados en el Martes 22 de Mayo, fecha de la muerte de mi hermana Delfina, a quien siempre llamamos Delfy.
Esta mezcla de tristeza y cólera me viene directamente de aquella época, condensada en los poemas catárticos que ella, durante los dos años previos a su asesinato, escribió. En ellos quedaron reflejados sus anhelos, temores, expectativas y crisis; todo amalgamado con la ideología que abanderó la lucha contra la dictadura que en aquel momento reprimía salvajemente cualquier intento de cambio, ya fuera éste dentro de la teórica institucionalidad del país, o bien, planteado como la sustitución radical del sistema.
En ese incipiente corpus literario, muchas veces firmado con el seudónimo Juana María Tiempo, son tres los temas dominantes:
a) La utopía revolucionaria, expresada en una visión romántica de la entrega a la causa libertaria y la inevitable muerte martirial en ese bregar. La mayoría de estos textos, aunque con síntomas de talento poético, están cargados de una pureza ingenua hilvanada con las consignas propias de las manifestaciones políticas del momento. Hay, no obstante, dos o tres más depurados que, en su momento, se dieron a conocer en diferentes espacios. De uno de ellos, transcribo este fragmento:
Y mi sangre regará nuestra tierra
y crecerán las flores de la libertad,
y el futuro abrirá sus brazos
y caluroso, lleno de amor,
nos acogerá en su pecho. Nuestra madre,
nuestra patria,
reirá feliz al estar de nuevo con su hijo,
con su pueblo,
con el niño que ayer lloraba un pedazo de pan
y que hoy
crece en la libertad.
b) La devoción amorosa, expresión de una relación sufrida que vivió durante sus últimos años de vida, desde su particular óptica ideológica. La lectura de estos manuscritos confesionales -a veces en verso, a veces en prosa- sólo puedo hacerla en clave personal y siempre desemboca en una impresión negativa del sujeto a quien iban dirigidos. No pienso publicar ninguno de ellos.
c) El conflicto familiar, creciente en la medida que, por una parte, ella se involucraba más en su compromiso político y, por otra, nuestros progenitores intentaban disuadirla, dada la amenaza que aquellas actividades suponían para su joven vida. En medio del dolor familiar, uno de estos textos fue dado a conocer por mi padre en las semanas posteriores a la muerte de mi hermana. Sin embargo, creo que publicar ese o cualquiera de los demás textos de esta línea temática es clavar una dolorosa y renovada espina en quien nunca mereció tal ingratitud.
Delfy murió tres semanas y cuatro días antes de cumplir los veintiún años, cuando una manifestación estudiantil fue acribillada por los nefastos "cuerpos de seguridad" de aquel convulso y maltratado El Salvador de 1979. Veintiocho años después, aún es difícil entender aquel cúmulo de circunstancias inarmónicas que produjeron esa tragedia.
No obstante, hay unos inquietantes versos que ella escribió mucho antes de entrar en la creciente espiral revolucionaria. Son de 1972, a sus trece años de edad y sin otra noción literaria distinta de la intuición. Quizá esto sea, después de todo, lo más sencillo y exacto que se pueda decir al respecto.
CONFESIÓN
Por Delfy Góchez Fernández
Me invaden recuerdos,
lo dejo...
¡tal vez por siempre, tal vez por un rato!
Pero lo dejo.
Mi viejo rancho donde nací,
donde crecí...
¡Donde tantas veces reí,
y tantas veces lloré...!
Mi rancho pobre y chiquito,
lo dejo.
Mi mamá llora mucho,
mis hermanas y mi papá también.
Pero yo siento que volveré.
Me voy por unos días, pero siento que vuelvo al fin,
aunque ellos no me recibirán,
no me verán,
pero me sentirán...
Al grano:
yo he muerto.