sábado, 21 de abril de 2007

Los poemas de Delfy


A veces, más pronto de lo que puede brotar cualquier razonamiento preventivo, me veo sumergido en cierta parte del museo familiar que no me es grato hurgar: textos y fotografías de los años previos a 1979. Aquel período y especialmente ese año está lleno de recuerdos dolorosos, concentrados en el Martes 22 de Mayo, fecha de la muerte de mi hermana Delfina, a quien siempre llamamos Delfy.

Esta mezcla de tristeza y cólera me viene directamente de aquella época, condensada en los poemas catárticos que ella, durante los dos años previos a su asesinato, escribió. En ellos quedaron reflejados sus anhelos, temores, expectativas y crisis; todo amalgamado con la ideología que abanderó la lucha contra la dictadura que en aquel momento reprimía salvajemente cualquier intento de cambio, ya fuera éste dentro de la teórica institucionalidad del país, o bien, planteado como la sustitución radical del sistema.

En ese incipiente corpus literario, muchas veces firmado con el seudónimo Juana María Tiempo, son tres los temas dominantes:

a) La utopía revolucionaria, expresada en una visión romántica de la entrega a la causa libertaria y la inevitable muerte martirial en ese bregar. La mayoría de estos textos, aunque con síntomas de talento poético, están cargados de una pureza ingenua hilvanada con las consignas propias de las manifestaciones políticas del momento. Hay, no obstante, dos o tres más depurados que, en su momento, se dieron a conocer en diferentes espacios. De uno de ellos, transcribo este fragmento:
Y mi sangre regará nuestra tierra
y crecerán las flores de la libertad,
y el futuro abrirá sus brazos
y caluroso, lleno de amor,
nos acogerá en su pecho. Nuestra madre,
nuestra patria,
reirá feliz al estar de nuevo con su hijo,
con su pueblo,
con el niño que ayer lloraba un pedazo de pan
y que hoy
crece en la libertad.

b) La devoción amorosa, expresión de una relación sufrida que vivió durante sus últimos años de vida, desde su particular óptica ideológica. La lectura de estos manuscritos confesionales -a veces en verso, a veces en prosa- sólo puedo hacerla en clave personal y siempre desemboca en una impresión negativa del sujeto a quien iban dirigidos. No pienso publicar ninguno de ellos.

c) El conflicto familiar, creciente en la medida que, por una parte, ella se involucraba más en su compromiso político y, por otra, nuestros progenitores intentaban disuadirla, dada la amenaza que aquellas actividades suponían para su joven vida. En medio del dolor familiar, uno de estos textos fue dado a conocer por mi padre en las semanas posteriores a la muerte de mi hermana. Sin embargo, creo que publicar ese o cualquiera de los demás textos de esta línea temática es clavar una dolorosa y renovada espina en quien nunca mereció tal ingratitud.

Delfy murió tres semanas y cuatro días antes de cumplir los veintiún años, cuando una manifestación estudiantil fue acribillada por los nefastos "cuerpos de seguridad" de aquel convulso y maltratado El Salvador de 1979. Veintiocho años después, aún es difícil entender aquel cúmulo de circunstancias inarmónicas que produjeron esa tragedia.

No obstante, hay unos inquietantes versos que ella escribió mucho antes de entrar en la creciente espiral revolucionaria. Son de 1972, a sus trece años de edad y sin otra noción literaria distinta de la intuición. Quizá esto sea, después de todo, lo más sencillo y exacto que se pueda decir al respecto.

CONFESIÓN
Por Delfy Góchez Fernández

Me invaden recuerdos,
lo dejo...
¡tal vez por siempre, tal vez por un rato!
Pero lo dejo.

Mi viejo rancho donde nací,
donde crecí...
¡Donde tantas veces reí,
y tantas veces lloré...!

Mi rancho pobre y chiquito,
lo dejo.

Mi mamá llora mucho,
mis hermanas y mi papá también.
Pero yo siento que volveré.
Me voy por unos días, pero siento que vuelvo al fin,
aunque ellos no me recibirán,
no me verán,
pero me sentirán...

Al grano:
yo he muerto.

jueves, 19 de abril de 2007

RFG entre tacos

Ayer tuve mi primera experiencia como cantautor solista en un local distinto de un auditorio o festival musical: hacia las siete y treinta de la noche, subí al pequeño escenario de "Los tacos de Paco", restaurante y peña cultural que alberga los Miércoles de poesía.

Luego de un breve diálogo con William Alfaro, coordinador del evento, di inicio al combo preparado: mis canciones alternadas con lectura de poemas de Rafael Góchez Sosa (1927-1986), esto último con fondo de Bach en sintetizadores.

Había ligeros ruidos externos (local bailable a la par, tráfico lejano) e internos (comensales, ruido de cubiertos), pero ninguno de gravedad. Me sentí bastante cómodo entre un público mayoritariamente conocido, al cual percibí centrado en los mensajes contenidos entre notas y páginas.


Finalizada la sesión de música y poesía, me sorprendí un poco al saber la hora, 8:55 p.m., testimonio de haber estado en el escenario por casi una hora y cuarto... ¡sin colapsar! (que la edad limita).

No omito mencionar la valiosa ayuda de Ena, una joven cantante operática con quien armamos dúo en un par de canciones. Agradezco sinceramente al público presente, en especial a quienes llegaron atendiendo mi expresa invitación: su atención es el ánimo de toda alma artística y, si el cantautor salió airoso de este reto, el esfuerzo ha valido la pena.

Gracias también a Paco por la orden de tacos, cortesía de la casa: ¡estaban muy buenos!

domingo, 15 de abril de 2007

En el gimnasio "Sánchez"


Era el año 1981 cuando entre un pequeño grupo de compañeros comenzó a circular la idea de inscribirnos en un gimnasio y ejercitarnos con pesas, máquinas de cultura física y esas cosas.

Acudimos entonces al gimnasio "Sánchez", propiedad de los hermanos Adilio y Antonio Sánchez, aunque era este último quien prácticamente estaba a cargo del local. Toño Sánchez había dedicado su vida a las mancuernas y poleas, si bien un temprano padecimiento de poliomelitis que había afectado una de sus piernas había limitado el impresionante desarrollo muscular a la parte superior de su cuerpo.

El ambiente dentro del gimnasio solía ser caluroso aunque agradable. Allí coincidíamos muchos tecleños antiguos, desde jóvenes en busca de alguna musculatura hasta los competidores más experimentados de físico-culturismo a nivel nacional. Durante la década siguiente asistí por rachas, según el ánimo y el tiempo disponible.

Debió ser hacia 1987-88 cuando, sin haberlo planeado en exceso, me vi inscrito en una de las competencias internas, el "Señor Gimnasio Sánchez", categoría de novatos. Eso requería, entre otras cosas, afeitada total, varias sesiones de bronceado, ensayo de poses y, por supuesto, al momento de la presentación, la respectiva untada con aceite, para que el brillo de los reflectores acentuara la definición muscular.

La exhibición ante el público y el jurado tuvo lugar en la cancha municipal "Adolfo Pineda". Al final, aparecí clasificado en el 4º lugar... ¡de entre cinco competidores!

Más allá de la divertida experiencia, de aquellos años me quedó el hábito de hacer algunas rutinas mínimas para tonificar los músculos y, no faltaba más, la única gráfica que, aunque borrosa, testifica los avances logrados. ¡Créanlo, navegantes: ese de la foto soy yo (hace algún tiempo)!

viernes, 13 de abril de 2007

Góchez Sosa con guitarra


De uno de esos bloques de fotos antiguas, brotó esta estampa de mi padre, el poeta Rafael Góchez Sosa (1927-1986), tomada en algún momento entre 1978 y 1980. Me resultó significativa porque actualizó un recuerdo que, con poco margen de duda, es esta la primera vez que menciono: que él tocaba la guitarra.

Sin teoría ni mucho conocimiento formal en esto de la música, él apenas sabía un par de círculos armónicos y rasgueos esenciales, lo suficiente como para acompañar dos o tres canciones que mi madre cantaba, muchas veces a pedido mío ("¿Dónde estás, corazón?" y alguna otra cuyo título no recuerdo). Eso sí: él tenía un sentido natural del ritmo y un oído musical atinado, detectando y explicando a su modo fenómenos técnicos que hoy llamaríamos con nombres complicados.

No fue él quien me enseñó guitarra, pues luego de un par de sesiones llegamos a la conclusión de que, o bien él no sabía exactamente cómo transmitir ese conocimiento empírico, o yo no le entendía. Sin embargo, ese instrumento siempre estuvo disponible en casa, no como algo decorativo sino como un objeto vivo, gracias al cual, treinta años después, puedo evocar aquellos breves y excepcionales conciertos mañaneros.

miércoles, 11 de abril de 2007

Las décimas de Nébur

Hurgando en los archivos de Diario "El Mundo", cuyo acceso gentilmente me fue permitido, encontré varias muestras de las célebres "Décimas de Nébur", forma clásica que, en manos del ingenioso periodista Rubén Saavedra, servía para comentar noticias y hechos cotidianos. Aquellas rimas cargadas de fino humor y singular capacidad de observación bien podrían haber sido la única razón para adquirir el periódico, al menos desde la perspectiva del niño que entonces yo era.

He aquí un par de muestras:
"PIDEN EJECUTAR HIMNO EN JUEGOS DEPORTIVOS"
13-5-77

Sugieren dos diputados
-los dos bien intencionados-
que el Himno se ejecute;
que puede hacerse cantado,
o solamente tocado:
(eso, después se discute).
Así al pueblo se inculca
la idea del civismo.
Mas ¿lo ejecutarán lo mismo...
si se arma... una trifulca?

ROBAN EN UNA CASA POR 3ª VEZ
31-5-77

En menos de 15 días,
por falta de policías,
tres robos se cometieron;
pero, lo que no me pasa,
es que a la misma casa
los ladrones se metieron.
Yo no pediría auxilio
para evitar los atracos:
me tiraría a los cacos...
¡cambiando de... domicilio!

Apunto un par de elementos del contexto, para mayor claridad: la primera nos remite a las célebres batallas campales que, alrededor de los Juegos Deportivos Estudiantiles, se armaban en el Gimnasio Nacional y sus alrededores (sobre ellas, también Roque Dalton escribió algo en una parte del "Pobrecito poeta que era yo"); la segunda utiliza una acepción local del verbo "tirar" como sinónimo de "engañar" o "jugarles un truco".

Recordemos que este simpático escritor produjo también las aventuras del bachiller Gorgojito, publicadas los sábados en "El rincón del mal humor", junto con escritos de carácter festivo. He aquí una copia de ella:


Pendiente aún de investigar más sobre el tema (¿durante cuánto tiempo escribió, cuántos millares de versos habrá publicado a la fecha de su muerte, cómo era su personalidad?), por hoy no me queda más que rendirle este pequeño tributo, que enviaré por correo ordinario hasta su querido pueblo San Apapucio, donde seguramente ya reposa eterno.
UNA DÉCIMA PARA EL BACHILLER GORGOJITO
11-4-7

Desde el mesón “Peor es nada”
nos regaló sus “pasadas”
el bachiller Gorgojito.
Para contratar su ingenio
era un “tostón” por convenio
el principal requisito.
Investigador experto,
aun con tema complicado;
su cliente, ante el resultado...
¡se quedaba boquiabierto!

domingo, 8 de abril de 2007

En bicicleta

Por razones que la psicología seguramente sabrá explicar, hay recuerdos imborrables y recurrentes anclados en ciertas etapas de nuestras vidas. Los míos casi siempre vuelven a los primeros años de la década de los ochenta, yo adolescente, cuando deambulaba en bicicleta por las calles de la antigua Santa Tecla.

Era aquella una ciudad rectilínea con apenas dos colonias fuera del casco urbano: Las Delicias y la Quezalte'. El único tráfico vehicular de cierto volumen transcurría sobre la vía panamericana repartida entre las dos calles principales, la 2ª y la 4ª oriente-poniente, aunque sobre la 3ª y la 6ª también había que echar un buen ojo, por los camiones y vehículos pesados que tenían allí su desvío obligatorio. En las demás calles, la casi cotidiana ronda ciclística transcurría sin sobresaltos, con la tranquilidad de quien no tiene prisa ni teme por atropellamientos.

Eso sí, en aquella época las "bicis" requerían placa y licencia de tránsito, lo cual te libraba del único peligro real de perderla en el camino: el decomiso por parte de la policía; si bien, la mayoría de chicos menores de doce años tomaban este riesgo como parte del paisaje.

¿Que estábamos en guerra? Sí, pero Santa Tecla fue una de las pocas ciudades sin enfrentamientos, con la sola excepción de una refriega entre una célula clandestina y un batallón gubernamental, creo que por el '74 o '75. Extraña y afortunadamente, por aquí tampoco fueron muy comunes los reclutamientos obligatorios, aunque el temor siempre estaba latente.

¿Donde cuántos amigos llegué sobre aquel par de ruedas? ¿Cuántas introspecciones realicé mientras pedaleaba? ¿Cuántas visitas románticas infructuosas hice? ¿Cuántos pequeños y distraídos accidentes me sacaron del ensimismamiento en el que andaba? ¿Cuántas veces tuve que regresar a casa a pie (y bajo la lluvia), haciendo yo las veces de sostén para aquella querida compañera metálica con su llanta ponchada?

Hoy, cuando ya sólo queda el placer de aquel recuerdo y la ciudad se ha transformado de tal manera que es imposible asociar tranquilidad y paseo, vuelvo la vista con la equilibrada nostalgia de quien, sin pretensiones de regresar en el tiempo, sonríe ante la estampa de un pasado muy querido.

El bachiller Gorgojito

Aunque el de la foto es Johnny Deep, la facha concuerda bastante con las características del bachiller Gorgojito. Me queda de tarea encontrar alguna de las originales y colocarla en este espacio.

En cada edición sabatina de Diario "El Mundo", allá por la década de los setenta, se publicaba en página completa el esperado episodio de las aventuras del bachiller Gorgojito, personaje del folclor urbano creado por Nébur, seudónimo con que, según tengo entendido, publicaba el periodista y escritor Rubén Saavedra, autor también de las cotidianas y vespertinas "Décimas de Nébur", llenas de ingenio y corrección métrica.

El bachiller Gorgojito era un investigador privado que vivía en el mesón "Peor es nada". Atendía a sus clientes en el "zaguanón", la mera entrada, no sin antes ponerse presentable pasándose un tenedor de aluminio, para ordenar su orgullosa cabellera, artefacto que finalmente fue llamado "el tenepeine".

Muy seguro de sí mismo, el astuto personaje citaba a sus clientes para un par de días después, solucionando los difíciles casos planteados; si bien, la reacción de los contratantes tendía a ser ambivalente, pues generalmente quedaban boquiabiertos mientras el bachiller cruzaba por la acera "con su risita de cusuco", habiendo cobrado sus respectivos honorarios (¿una "chelita" de cincuenta centavos, un colón...? No lo recuerdo). Pese a que la fórmula de construcción de los episodios era siempre la misma, la narración mantenía el interés y la sorpresa final resultaba graciosa.

Alguna vez habrá que hacerle justicia póstuma al ya fallecido don Nébur, pues al momento, que yo sepa, no aparece mencionado en antología, recopilación ni historia literaria alguna, sea física o virtual.

Entretanto, me viene a la memoria una de aquellas historias, la cual paso a contar a continuación, aunque con mutación estilística, a falta del original.

A la peculiar oficina del bachiller llegó un señor español de antigua cepa -católico, apostólico y romano- ortodoxo en sus costumbres y, por supuesto, conservador y celoso de su familia como el que más. Tenía varias semanas de no dormir, consumido por la duda y la incertidumbre, pues a sus peludos oídos habían llegado habladurías infames, según las cuales su hija de dieciocho años, a quien desde pequeña había educado en los mejores colegios, se iba los fines de semana al rancho privado que tenían en la playa y allí, "a la lejana pero lasciva vista de todos (pues sepa Ud. que la cerca de protección impide que entre cualquier gente), se bañaba usando un mono-kini, que, como Ud. sabe, bachiller, sólo consiste en una telita en la prenda inferior, dejando al descubierto esas nobles partes que Dios ha colocado en la anatomía femenina para la alimentación de los hijos durante la lactancia".

En fin, pues, que el señorón necesitaba salir de dudas, bien para hacer caso omiso de la maledicencia o, de ser cierto, para desheredar a la atrevida muchachona.

Tres días después, como era de esperar, acudió el impaciente caballero hispánico a por la respuesta de tan crucial caso.

- Don Usté, déjeme decirle categóricamente que su hija NO se baña en mono-kini -acometió el bachiller en cuanto recibió el pago por sus discretas inquisiciones.

- ¡Oh, bendito sea el Señor, menos mal, no sabe Ud. el peso que me ha quitado de encima! ¡Ya decía yo que la gente, por pura envidia, anda inventando chismes! -respondió aliviado el español.

- Yo personalmente me trasladé hasta el rancho suyo de Ud. -continuó el sagaz investigador- y, desde la barda estuve atento observando durante más de media hora y pude confirmar lo que le digo: que su hija, en realidad, no usa esa prenda que las malas lenguas le han dicho; por el contrario, ella se baña en nuestras bellas playas así, tal y como Dios la envió al mundo. Lo que pasa es que, desde lejos, se ve como que si fuera un mono-kini, pero ya fijándose bien...

En ese momento el bachiller suspendió su alocución y se alejó sigilosamente, mientras el hidalgo de alcurnia quedaba estupefacto y anonadado.

viernes, 6 de abril de 2007

¿Un estandarte hecho en casa?

Los procesos históricos, además de vivencias y reflexiones, suelen dejar ciertos legados artísticos que, luego de algunos años, podemos analizar con base en sus merecimientos y virtudes estéticas, más allá de su valor coyuntural o simbólico. Este esfuerzo es legítimo a pesar de quienes aún conservan antiguos esquemas mentales, desde los cuales todo cuestionamiento al respecto les parece sospechoso, cuando no herético.

Examinando el legado de la lucha armada revolucionaria que tuvo lugar en El Salvador en los años ochenta, en cuanto a música se refiere, no creo equivocarme si menciono cuatro canciones estandartes de aquella gesta finalizada hace década y media:

- "El sombrero azul", del venezolano Alí Primera, seguramente la más popular aunque no la más elaborada, cuyo estribillo "dale, salvadoreño" aún suena en las concentraciones de izquierda.

- "El corrido de Farabundo Martí", del argentino-costarricense Adrián Goizueta ("dicen que dicen que vieron pasar..."), una canción muy didáctica e ilustrativa sobre la vida del personaje.

- "El Salvador en la víspera de su alborada", de los nicaragüenses Carlos y Luis Mejía Godoy, canción combativa que recuerda a los líderes fallecidos de la izquierda, asociándolos con potentes volcanes ("el volcán Farabundo en la vanguardia, el José Feliciano en erupción...").

- "El tiempo está a favor de los pequeños", del cubano Silvio Rodríguez, la pieza de mejor factura musical y poética y, quizá por ello, de las cuatro acaso sea la menos repetida por las masas.

Las piezas que forman este destacado cuarteto histórico son producto de la solidaridad internacional con la causa revolucionaria, es decir, ninguna provino de la inspiración de músicos salvadoreños. Aunque sí hubo cantautores y grupos que estuvieron ligados al movimiento rebelde, hicieron sus canciones y pudieron desplegar su actividad artística en distintos escenarios dentro y fuera del país, no hay en el cancionero de la izquierda una pieza hecha en casa que se reconozca como potente y perdurable, en el nivel de las ya mencionadas.

Apartándonos de los artilugios verbales del "ciudadano universal" y el internacionalismo emancipador ("yo no inventé las fronteras", "no me siento extranjero en ningún lugar" o que los pueblos latinoamericanos son una sola y la misma cosa), cabe entonces preguntarse: ¿qué pasó?

Con alguna tristeza, mi hipótesis apunta a nuestra débil tradición creativa musical y la dificultad para romper ese círculo vicioso (sin maestros, no hay discípulos; luego, no habrá maestros).

En efecto, en El Salvador no hemos tenido compositores cuyas piezas hayan alcanzado un nivel de resonancia tal que venzan las fronteras espacio-temporales, sea en este o en cualquier otro género. Obviamente, buenas y bonitas canciones siempre las ha habido, pero no han pasado de los pequeños círculos en que usualmente nos consumimos y han acabado diluyéndose sin calar hondo en la memoria nacional.

Este no es un fenómeno privativo de la música de protesta local. Yendo un poco más allá del género específico, traigo a cuenta un hecho notable como argumento para reforzar lo dicho: en las casi veinte participaciones en el otrora prestigioso Festival OTI de la canción iberoamericana, donde surgieron canciones de muy diversa inspiración (incluso algunas de compromiso como "Canta Cigarra" y "Quincho barrilete"), El Salvador es uno de los cuatro países latinoamericanos que nunca colocó una canción entre los tres primeros lugares (y, más allá de las especulaciones, nunca sabremos qué tan cerca estuvimos con "Pensalo dos veces, Martín", del chele "salvaruguayo" Rucks, cantada por Jaime Turish en 1986).

Siempre en esta línea de pensamiento, pero yendo al plano más popular, es revelador fijarse que las dos canciones más emblemáticas de los salvadoreños (especialmente cuando están en el exterior)... ¡tampoco son originales!: "La bala", popularizada por la Orquesta de los Hermanos Flores; y el cántico con letra siempre cambiante que acompaña las ilusiones y fracasos de nuestra selección nacional de fútbol, el "Pájaro picón".

Volviendo al ámbito combativo, notemos que incluso las organizaciones que abanderaron esa lucha y luego se convirtieron en un partido político tampoco tuvieron una reconocida tonada aglutinadora original (recordemos que el "Himno de la unidad popular", más conocido por su coro en voces de manifestación, "el pueblo unido jamás será vencido", proviene del socialismo chileno de principios de los setentas).

Obviamente ahora, pasados ya aquellos años sangrientos, no tiene sentido ponerse a hacer himnos y emblemas "a posteriori"; pero sí es válido reflexionar sobre el tema, de cara a la trascendencia que nuestra obra creativa pueda tener en el ámbito de las cuerdas y las palabras, de aquí hacia el futuro.

miércoles, 4 de abril de 2007

Rumores unicornianos

La cantidad de personas que aseguran tener información confiable, fidedigna y especialmente "secreta" sobre eventos inminentes -y, por lo general, sorpresivos- es de tal magnitud que, si no fuera por las versiones contradictorias que dan entre sí, no habría otra salida más que creerles como acto supremo de fe, que no de revelación divina.

(Tanto o más interesante es el hecho que las y los salvadoreños le tenemos más confianza a estos informantes que a las fuentes oficiales, pero eso será motivo de otra entrada.)

El caso que me trae a cuenta la reflexión es el presunto concierto de Silvio Rodríguez en nuestro país, del cual a esta fecha hay más rumores que realidades. Sólo sabemos, por agencias de prensa, que a finales de 2006 el cantautor cubano declaró en su isla natal su intención de venir por estos contornos.

Desde entonces, que si en Febrero, Marzo o Abril... pasando por la visión surrealista de que lo traía TCS a cien dólares el boleto, hasta que era el invitado sorpresa del Festival Verdad; no faltando aquella amiga (a quien, por supuesto, le creo) que tiene una amiga en migración, donde ya le estarían tramitando la visa; sin descartar que el verdadero problema sea que el Estado no le presta el Estadio "Mágico González" y entonces habría que hacerlo en el Estadio "Cuscatlán" (que es empresa privada, su antítesis)... o como decía la Chimoltrufia: "¡lo más seguro es que quién sabe!"

Entretanto, en buen lío se ha metido el trovador de la revolución con la demanda que le pusieron en Chile, por haber cancelado un concierto apenas horas antes de su inicio, bajo el argumento de que los boletos estaban muy caros (¡?).

Como siga por esa línea, tememos que al autor de unicornios y soñador de rabos de nube se le quiten las ganas de volver a las tarimas y nosotros nos quedemos así como aquella novia de pueblo: vestidos y alborotados.

Así, mientras todo se aclara o se confunde menos, aferrémonos a un profundo "¡Ojalá!", esperando que sea verdad que "El tiempo está a favor de los pequeños".

lunes, 2 de abril de 2007

Sombrero defectuoso

Dice el refrán que “a caballo regalado no se le mira el diente”, expresión que halla su origen y sentido en el hecho de que la dentadura equina permite saber su edad y, por lo tanto, su verdadero valor. Aplicado a cualquier situación de la vida, el mensaje es: si te regalan algo, acéptalo con gusto y no andes buscando detalles que criticarle. Si no te gusta, simplemente no lo uses... y ya.

La canción “El sombrero azul”, compuesta por el cantautor venezolano Alí Primera, fue ciertamente un regalo y homenaje a la lucha de la izquierda armada durante la guerra civil salvadoreña de la década de los ochenta. Tal vez haya sido hecha con más prisa que cuidado, pero igual se le agradece el gesto.

Sin embargo, al margen de la justeza de la causa, la solidaridad internacional y lo que para los otrora combatientes y actuales simpatizantes evoca la canción, lo cierto es que la pieza tiene un par de elementos endebles. No me refiero al error en la cadencia rítmica en la estrofa donde se escucha un /dalé/ en lugar del correcto /dále/, sino a dos asuntos de cultura e identidad nacional.

En la primera estrofa se describe la lucha del pueblo como “pura”, seguramente en su acepción de “libre y exenta de imperfecciones morales”, así como “una muchacha cuando se entrega al amor con el alma liberada”. Dentro de la mentalidad de aquellos días, estaba claro que la virginidad era un "esquema burgués" y entregarse al amor desde "la moral revolucionaria" era un acto de rebeldía contra “el sistema” (por cierto, el mismo que hoy promueve el pansexualismo y que nos lleva a vivir el tema pareciéndonos cada vez más a los gringos).

Claro que en países de añeja tradición machista, como los nuestros, no hay nada mejor que una muchacha bien liberada (y muy poco informada) para satisfacer a un buen macho copulador (al respecto, habría que revisar las estadísticas de embarazos adolescentes y madres solteras, a ver si esta analogía no será un mero culto hormonal a la conveniente ingenuidad, por llamarla de algún modo).

Luego, de los cuatro versos de la segunda estrofa, tres de ellos son una pancarta anti-imperialista contra las /bo-í-nas/ verdes del ejército estadounidense en Vietnam: una protesta justificada, sí, pero que nos deja a los salvadoreños como una mera excusa introductoria.

Ahora bien: cuando tú exhibes y hasta presumes de un regalo defectuoso, el problema no es ya de quien te lo ha obsequiado, sino tuyo. ¿Será acaso que no tienes otra cosa mejor que ponerte?