La aparente censura unánime de ese mal contemporáneo que llamamos "consumismo" no deja de darme vueltas en la cabeza. Sospecho que con demasiada facilidad utilizamos esta palabra para criticar e incluso para sentirnos culpables, sin que sea del todo claro cuál es el problema. La dificultad quizá esté en su definición, o más precisamente, en la falta de ella. En todas las formulaciones que he consultado, asociados al consumismo aparecen al menos dos elementos: el primero, la subordinación de cualquier esencia personal al hecho de comprar y poseer objetos; el segundo, lo superfluo y vano de la mayoría de dichos objetos, en tanto exceden nuestras necesidades razonables. En ambos casos hallamos altas dosis de ambigüedad, subjetividad y quizá hasta algunos pensamientos absurdos.
Si determinar cuándo una persona en verdad se define a sí misma a partir de los objetos que posee es ya una tarea harto difícil, mucho más complicado es imaginar a alguien que no lo haga de una u otra forma. Me viene a la mente un chico que critica a sus amigos por usar chumpas marca "Adidas", mientras él porta una pieza con tinte de añil, expresando por el uso de ese objeto y a través de él un planteamiento más bien nostálgico, nacionalista y ciertamente anti-imperialista, legítimo a toda regla, aunque el objeto haya sido comprado en una tienda a precio de mercado, a fin de cuentas. Otro puede decir, acaso sinceramente: "yo poseo esta camisa de marca, pero sé que no soy ella", aunque esté bien envuelto por ese trozo de tela por el cual seguramente pagó un precio nada despreciable. ¿Quién podría demostrar o desmentir esa presunta identidad individuo-objeto?
Todas las personas proyectamos nuestras opciones, creencias e identidades, en objetos visibles, generalmente fabricados por otros (no sé si alguna vez en la historia de la humanidad haya habido una época en que cada persona hacía sus propias vestimentas y artefactos con sello personal e inconfundible). La diferencia está en cuáles de esos objetos queremos y de hecho podemos comprar. En este punto, un amigo bromeaba en tono cáustico: "El problema del consumismo es que unos sí podemos consumir, mientras que otros no tienen los recursos necesarios para hacerlo. Eso es injusto. Por lo tanto, ¡luchemos para que todos tengan igualdad de oportunidades... y puedan consumir!". Más allá de la broma, el sueño de un mundo sin pobreza, ¿no es, de hecho, un mundo donde todos tengan acceso a los bienes y beneficios del progreso y, en ello, a la sociedad de consumo?
En cuanto a quién puede realmente determinar cuán razonable puede o no ser determinada necesidad, el tema se vuelve aún más complicado, pues hubo países (y todavía quedan tres o cuatro) con sistemas que pregonaron como lema "pedir a cada quien según sus capacidades y dar a cada cual según sus necesidades", pretendiendo en ello que una supra-inteligencia estatal estableciese los límites para una y otra gestión, calcinando toda libertad personal. En cuanto a las "necesidades creadas" por la publicidad capitalista, no dudo que induzcan intereses y expectativas en las masas, pero me cuesta creer que haya alguien capaz de vender alguna cosa que no responda a alguna necesidad objetiva o subjetiva que tenga algún tipo de base real (otra cosa es juzgar si éstas son formativas o no, como los excesos de vanidad, ostentación, competencia, etc.).
Relacionado con todo este lío, está el problema de la pobreza, para cuya solución entiendo que el camino correcto no es la caridad sino el trabajo. Imaginemos qué pasaría si quienes tenemos cierta capacidad adquisitiva sólo tuviéramos las camisas "necesarias" (tres, un número razonable para poder cambiarse a diario y evitar ofensas odoríferas). Seguramente los dueños de muchas fábricas de camisas no se enriquecerían tanto porque, lógicamente, no se necesitarían tantas fábricas de camisas; pero entonces, tampoco se necesitaría tanta gente que trabajara en esas fábricas de camisas y, en consecuencia, habría más personas pobres. ¿Podría alguien explicar dónde está el error o la ventaja?
No obstante esta pequeña muestra de las dudas que me consumen, declaro lo siguiente: no avalo la esclavitud de la persona a los dictados de la moda, centrados en el culto a la imagen externa sostenida a partir de la portación de objetos que le den un estatus social con el solo fin de considerarse "persona digna" ante los estándares de su grupo de personas significativas. Esta actitud me parece una salida falsa y fácil, una pantalla para ocultar carencias íntimas, una especie de hipocresía ontológica. Sé y pregono que lo importante está en el cultivo y desarrollo de nuestras capacidades intelectuales, afectivas y espirituales. Es sólo que estos líos, debates y satanizaciones del "consumismo" no acaban de dejarme tranquilo cada vez que realizo una compra... ¿superflua?
domingo, 7 de octubre de 2007
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2 comentarios:
Unos y otros hacen negocio, por ejemplo, de las ideologías y los productos que se deriva de ellas...El che y Fidel son producto del capitalismo y del consumo cuando unos u otros se afanan en portar algo que les identifique como "pertenecientes a". Que bueno que existen personas que creen en el punto medio de las cosas dándole el valor que se merece un objeto en relación a lo que sirve para lograr un fin y no el estatus que le pueda procurar en si
Por el comentario de un amigo, he llegado a su blog y me parece muy interesante, lo seguire con gusto.
V. Guerra
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