
Tan cierto como que la época está en los sonidos es que fueron tres los grandes referentes de teclados de la música de los 70's: el sintetizador Moog, el piano Fender Rhodes (y su competencia un tanto más metálica y dura, el Wurlitzer) y el órgano Hammond. Yo todavía lamento que en mi grupo musical de aquella lejana infancia y adolescencia nunca tuviéramos cualquiera de esos, que eran tocados a hurtadillas cuando nos los encontrábamos en algún festival de conjuntos musicales colegiales por aquí o por allá, todo por los alcances sonoros de aquellos instrumentos, su textura, sus posibilidades interpretativas e incluso su peso (el Rhodes pesaba como un armario con cadáver dentro).
De entre las piezas clásicas que los utilizaron, puedo mencionar tres de mi preferencia: el solo de Moog en "From the beginning", de Emerson, Lake & Palmer; los primeros compases y cortinas del Rhodes (con su efecto de vibrato estéreo claramente perceptible entre el primero y el segundo verso de la letra) en "Only yesterday", de los Carpenters; y por supuesto el perenne y versátil acompañamiento (con un eco de "Air on a G string, de Bach", y el efecto de "leslie" rotatorio incluido) de "A whiter shade of pale", de Procol Harum.
Sin desmedro del cariño que por mi guitarra he sentido en mi vida, es al recordar y escuchar estos tres aparatitos la única ocasión en que asoma una ligerísima envidia por que el piano no sea mi instrumento "nativo".

Quitarle el nervio a un diente viene siendo, desde la filosofía platónica, como quitarle el alma a un cuerpo. A tal procedimiento único para salvar la posesión de la pieza los especialistas lo llaman "endodoncia". Queda el diente, sí, pero desconectado de la intrincada red de tejidos que reparten la vida por todo nuestro cuerpo; es decir, técnicamente está muerto y como tal es un cadáver. La ventaja, no obstante lo antes descrito, es que el esmalte no procede a la putrefacción (recordemos las ilustres calaveras pelonas y repletas de dientes que sobreviven a la carne) y, en consecuencia, se podrá seguir usando (espero que) por el resto de la vida, con su respectiva corona o capuchón de protección. No me atrevería, por lo antes dicho, a dar un responso por la difunta muela, pues aún le queda (a lo que de ella queda) mucho trabajo por realizar en compañía de sus congéneres y mis mandíbulas; pero sí me acometen algunos resquemores y vienen a mí algunos títulos de antigua cinematografía "B"... ¡que tiene que ver con los "living dead"!


Alguien que en su tiempo fue mi respetado maestro nos aconsejaba que cuando no se tiene algo bueno que decir sobre una persona o pieza artística es mejor quedarse callado. Pero pasa, primero, que no estoy tan convencido de la justeza de tal filosofía y, segundo, que detesto caer en el eufemismo de alabar “el esfuerzo” y “la intención” como virtudes allí donde los yerros abundan. Dos cortometrajes de ficción surgidos de un taller “profesional” de cine y televisión de una escuela de comunicaciones local han dejado en mí la certeza de que, por ese camino, mejor abstengámonos. De entrada, la pantalla “estirada” y deformada en sus proporciones, pasando por los pixeles visibles y la palidez mortecina de toda la proyección (aún en escenas soleadas), desembocando en guiones mal elaborados (entre lo que no se entiende y lo que mejor sería no entender), con parlamentos pésimos (aparte de mal redactados, con el “mix” inconsciente del tuteo y el voseo y los repentinos cambios de humor y tono que ni en las peores películas mexicanas), echando muy en falta la estética fotográfica, así como una buena música de ambientación (en algún caso, inexistente) y actuaciones de buenos actores y actrices mal dirigidos... ¡o sea! Quisiera creer que los otros cortos que no he visto han de estar mejor, aunque mucho me temo que todos están cortados con la misma tijera. Lamento no apuntarme al apoyo de "lo nuestro” sólo porque es nuestro (aunque sea “chafa”). Por eso y con algo de pena... “aim sorry, may friends”.

