"Uno no siempre hace lo que quiere,
pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere"
Mario Benedetti
Desde hace algún tiempo parece confirmada la existencia de una numerosa cantidad de votantes poseídos por las más esquemáticas visiones de mundo de los dos partidos políticos más fuertes, gentes a quienes no hay hecho o argumento alguno que les haga ni siquiera cuestionarse por la falibilidad de sus convicciones. Obstruida su mente por la ideología, estos fanáticos y fanáticas de voto y cabeza dura interpretan y deforman la realidad con tal de acomodarla a su visión de mundo, con frecuencia dictada por las respectivas cúpulas partidarias (y, ciertamente, por paquines y manuales baratos), reduciendo el universo a dudosas antinomias del bien y el mal.
Sin embargo, a la par del gentío antes mencionado, hay otro también numeroso grupo de personas que periódicamente, elección tras elección, deliberan y ponderan, meditan y deciden. Esta masa, generalmente llamada “silenciosa”, es la que ha fluctuado históricamente para dar a unos y a otros sus respectivas cuotas de poder y hacia la que en realidad se enfocan las campañas que esperan tener alguna dosis de éxito. El panorama numérico e ideológico que se ha planteado para la elección de la próxima semana vuelve particularmente clave la conquista de este voto indeciso.
En ese afán, los de un bando han planteado el problema esencial como una disyuntiva entre democracia o comunismo; mientras que los del otro han insistido en la figura del cambio necesario ante la inoperancia de quienes han estado en el gobierno. En cuanto al primer tema, los unos se han dedicado hasta la saciedad a tratar de demostrar que los otros tienen intenciones de establecer una dictadura comunista al mejor estilo prehistórico; en lo que respecta al segundo enfoque, los otros han insistido en señalar las fallas y fracasos del partido que lleva dos décadas en el poder, así como en ofrecer soluciones bonitas y rápidas para todos los problemas que padece el país.
Siguiendo la lógica apocalíptica de los unos, y suponiendo que los “dinos” tuvieran la intención de insertar al país en la órbita del tal “Socialismo del siglo XXI”, cabe preguntarse: ¿qué tan pragmático y qué tan factible sería que cambiaran el sistema de gobierno?, ¿no hay suficientes contrapesos en la sociedad como para parar tal intento (los otros órganos del Estado, el ejército, la empresa privada, la sociedad civil, etc.)?, ¿acaso no podrían marcharse por la misma vía que llegaron, es decir, perdiendo otras futuras elecciones? Viendo hacia la otra parte, ante la oferta de cambio presentada, es necesario analizar qué tanto más capacitados están los que ahora ofrecen cielo y tierra para resolver los graves problemas de pobreza, delincuencia y desempleo que tiene el país, considerando que criticar es fácil, que "de ofrecer nadie se queda pobre", que “no es lo mismo verla venir que lidiar con ella” y, sobre todo, que sus relaciones con buena parte del capital privado no son, ciertamente, de besos y abrazos.
Harto de más de un año de campaña electorera y escéptico ante ambas ofertas, como en esto de depositar ciegamente el timón en unos u otros no soy hombre de fes ni de confianzas, para mí tengo que lo más coherente que puedo hacer es llegar a la urna el próximo domingo, dibujar una banderita extra y marcar justamente sobre ella, anulando así mi poderoso y preciado voto. Tal acción es la única conclusión coherente para mi forma de pensar, mediante la cual también afirmo mi poder de decisión, pues si no me gusta lo que hay, no tengo por qué comprar lo que no quiero. Con ello, de paso, afirmaré algo muy sencillo: la opción política en la que podría creer (y hasta enlistarme)... ¡todavía no existe!