La Unidad 6 del nuevo programa de Lenguaje y Literatura de 2º año de bachillerato señala dos obras de lectura (en teoría, obligatorias) para los casi bachilleres: “Trilce”, de César Vallejo, y “Las manos de Dios”, de Carlos Solórzano. Más allá de la calidad poética y teatral de ambas, con su respectivo carácter vanguardista, tengo muchas reservas en cuanto a la segunda.
Está claro que en la obra del dramaturgo chapín la comprensión del contexto sociocultural es sencillamente imprescindible, pues su anticlericalismo y la exaltación del Ángel Caído como apología del rebelde (enraizado en “El Paraíso perdido”, de John Milton) tiene sentido educativo sólo si se sabe lo que fue la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II, así como las características políticas de las dictaduras latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX y, por supuesto, la ancestral desnaturalización de nuestros sistemas jurídicos.
Sin todos estos elementos, trabajados con los estudiantes sobre la base de sanos criterios de objetividad y un elemental pero riguroso conocimiento histórico, creo que la obra podría resultar contraproducente desde la óptica de formación de valores y espíritu crítico, pues el traslado de su mensaje al contexto actual, sobre todo si se hace de manera irreflexiva y mecánica, ciertamente modela de una visión de mundo simplista y, a decir verdad, bastante anti-sistema, especialmente si el enfoque es tan superficial como el de quien dice: "todo sigue igual que hace sesenta años".
Lo curioso del caso es que, a nivel institucional, nadie parece haber cuestionado los aspectos antes señalados. ¿Será porque las personas a cargo de la revisión y validación de ese contenido en particular desconocen la obra en cuestión?
martes, 10 de marzo de 2009
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