Cada cierto tiempo –ya sea por curiosidad cognoscitiva (no digo que intelectual), por estar al tanto de las modas o por mera diversión- uno se asoma al mundo del best seller, esa millonaria industria editorial de masas diseñada a partir de estudios de mercado que revelan y al mismo tiempo moldean gustos estandarizados propicios para el consumo a gran escala, basándose en las carencias y necesidades psicológicas de cierta parte de la población.
Con algo de paciencia y mucha tolerancia, uno puede confirmar prejuicios tanto favorables como negativos, meditar un poco sobre el siempre engañoso concepto del gusto popular, e incluso dejarse llevar momentáneamente por tramas trilladas -aunque en nuevos envoltorios- tan solo para ver a dónde conducen y qué nos revelan de esa naturaleza humana tan voluble a manipulaciones y engaños tan repetitivos como superficiales.
Con este espíritu de momentánea concesión y la disposición de desconectar el cerebro por dos o tres días, cayó en mis manos el superventas de 2011 en el primer mundo, "Cincuenta sombras de Grey", de E.L. James, primer volumen de la trilogía completada por "Cincuenta sombras más oscuras" y "Cincuenta sombras liberadas".
De una novela industrial de este tipo, todo lector o lectora seguramente agradece la facilidad con que se avanza en su lectura, merced a la construcción sencilla sin ningún experimento, novedad ni complicación estilística ni estructural, equilibrando diálogos y descripciones de tal manera que las páginas parecen andar por sí solas.
Por su contenido, la novela fácilmente podría describirse como un manual de iniciación sexual sadomasoquista y seguramente el morbo que esto trae es, en buena medida, la razón de su popularidad.
Otra cosa es el manejo de la sustancia narrativa y los valores implicados.
Si uno es capaz de aceptar el argumento esencial de telenovela barata o la enésima actualización de Cenicienta (chica común que conoce a millonario joven, guapo, educado y superpoderoso, de quien se enamora hasta perder la razón), quizá podría continuar más allá del primer capítulo.
Si puede soportar frases tan ingeniosas como “debería estar prohibido ser tan guapo” y no advierte o no le molesta el grotesco simbolismo de la escena en que Christian conoce a Anastasia (“estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo en la entrada del despacho del señor Grey”), tal vez pase al segundo capítulo.
Si no le carga demasiado que en todas y cada una de las veces que Christian se dirige a Ana ella haga exactamente la misma descripción de sus sensaciones (en términos de electricidad que recorre cada terminación nerviosa de su cuerpo, mariposas en el estómago y contracciones ventrales que solo calmará el coito inmediato, para no hablar de la fastidiosa diosa que lleva dentro), acaso vaya más allá de la tercera parte de la novela.
Si después de la descripción de la primera relación sexual entre los protagonistas (¡ojo: alerta de spoilers!) está dispuesto/a a leer muchas veces más esa misma descripción de orgasmos supremos, sucesivos e incluso inverosímiles (tan solo con algunas variantes en los procedimientos), seguirá sin dificultades significativas hasta las dos terceras partes del libro.
Si no ve ningún problema en la relación de poder y absoluto sometimiento que se establece desde el principio entre el macho alfa (el "amo") y la hembra esclava sexual (la "sumisa", aunque con título universitario), no tendrá problemas de humor para llegar a los capítulos finales.
Si además de todo lo anterior usted siente que es una gran novedad de profundidad psicológica que en la segunda mitad del libro la protagonista descubra que su dominador sólo es, en realidad, un niño traumatizado por innombrables abusos físicos y psicológicos de los que se siente incapaz de hablar y, por lo tanto, necesita ser comprendido por ella para ser sanado y redimido, esta novela quizá sea para usted.
Si pese que la protagonista acepta de buen grado la violencia ejercida sobre ella, usted cree que la chica mantiene su dignidad porque se resiste a aceptar los lujosos regalos del millonario seductor, qué se le va a hacer.
Y si, para concluir, un lector o lectora ve el "to be continued" con que malamente concluye este volumen como una motivación ocurrente y esencial para lanzarse sin salvavidas al segundo volumen, quizá el tercero y además la película próxima a estrenarse, entonces ya no hay más que decir sino "¡que le aproveche!".
Yo ya tuve suficiente. Paso.
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