Hasta el momento, he estado en seis funerales de familiares cercanos: tres de ellos durante la adolescencia y temprana juventud (1979, 1983 y 1986) y los otros en la plena adultez (2008, 2012 y 2014), además de unas cuantas velaciones significativas. Asumo que estaré en otros más, antes de llegar al mío propio.
Algunas muertes fueron muy duras de aceptar por lo inesperadas; en otras, en cambio, ya había conciencia de que podía suceder en cualquier momento y eso, de alguna manera, permitió mayor ecuanimidad.
Durante esas experiencias he visto una amplia gama de dolientes, cada quien con sus reacciones aprendidas o espontáneas: desde el llanto inconsolable, con gritos incluidos en los momentos críticos, hasta una extraña tranquilidad que asombra a quienes van a dar el pésame, en ocasiones más compungidos que el propio familiar.
En cuanto a las ceremonias, el recuento es disímil: desde caóticas hasta muy organizadas. Unas se quedaron solo en lo religioso mientras que otras incluyeron componentes artísticos, filosóficos, políticos o de cualquier otra índole. No faltaron las intervenciones oportunas ni tampoco las impertinentes, así como los imprevistos y situaciones incluso rocambolescas (como descubrir que el ataúd no cabía en el nicho).
Personalmente, he vivido distintos roles y protagonismos: en unas ocasiones contemplativo, en otras participativo; con respetuoso silencio unas veces, o dando extensas palabras de ánimo en otras; generalmente racional y en control de mí mismo, aunque en dos situaciones particulares estuve hundido en un dolor incontrolable.
Desde la experiencia evocada en las líneas anteriores, junto con mis creencias y conocimientos previos, me permito formular cinco recomendaciones funerarias para que, cuando le toque, sus ceremonias transcurran de la mejor manera posible y no generen recuerdos desagradables. Helas aquí, tómelas por el lado amable.
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a) Tenga claro que el funeral es un homenaje a quien en vida fue el difunto/a. En ese sentido, oriente la ceremonia de manera tal que enfatice y se hable principalmente de esa persona, de sus aportes y del mejor recuerdo posible que le va a quedar a sus deudos. Aunque el componente religioso esté presente, este debe ser maduro, sobrio, sano e incluyente. Es de mal gusto usar de excusa al fallecido/a para hacer proselitismo religioso, debates sobre rituales y dogmas, especulaciones acerca del cielo y del infierno, lanzar dardos de exclusión contra quienes no comparten esas creencias, etc. Lo mismo vale para los temas políticos, morales u otros que generen divisiones.
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b) Organice con racionalidad las intervenciones habladas y seleccione con sano criterio a los familiares y amigos que los tendrán a cargo, tanto en la velación o en el cementerio. No ponga a hablar en público a personas cuyo dolor esté fuera de control y nuble o bloquee su capacidad de expresarse con fluidez, eso no es justo para nadie. Cuídese mucho de los espacios para intervenciones espontáneas tipo “si alguien quiere decir algo, ahora es el momento”, pues hay quienes saben cómo comenzar pero no cómo terminar; dado el caso, ponga un tiempo razonable por turno y pida –con amabilidad asertiva- que se respete ese límite (a menos que quiera una ceremonia interminable y desesperante).
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c) Por mucho dolor que haya de por medio, un funeral siempre requiere de diversos trámites que deben realizarse en un tiempo limitado, así como de muchos pequeños detalles de organización; por eso, siempre debe haber personas lúcidas, en pleno uso de sus facultades, que se encarguen de ellos. Procure, entonces, ser usted una de esas personas: ofrézcase, póngase a la orden, ayude, no regatee esfuerzos, no sea bulto.
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d) Aproveche la convocatoria para reforzar sus relaciones fraternales y familiares. Si hay amigos y parientes que hasta ese momento se han dejado ver, luego de muchos años de olvido y alejamiento, no les salga con recriminaciones y recíbalos con un abrazo, sin indirectas ni ironías. De la misma forma, comprenda y no guarde resentimientos si alguna persona que usted esperaba ver allí no pudo o no quiso llegar. Haga que esa muerte sirva para mejorar todas esas relaciones sobre las que se construye la vida, que -como ve- es finita.
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e) Incluya en su presupuesto hogareño un seguro funerario acorde a sus posibilidades, mejor si es en cuotas (porque cada abono le dice al oído “recuerda que eres mortal”). Piense, ubique y pregunte dónde enterraría o cremaría a un difunto/a suyo. Una persona a quien la muerte de un familiar le pilla sin ninguna previsión en este sentido es fácil víctima de usureros, y al dolor por la pérdida se suma la desesperación y angustia de un trámite que pende sobre su psique como espada de Damocles.