Creer que Dios evitó una tragedia, ¿no es también responsabilizarlo cuando ésta ocurre?
Creer que Dios es mi guardaespaldas personal, ¿no es atribuir a su ausencia todas las desgracias -mayormente injustas- que sufren mis semejantes que no cuentan con esa divina protección?
¿No luce un poco impertinente, egoísta y hasta irrespetuosa con el dolor ajeno la invocación miope de quien, rodeado de cadáveres, da las gracias a Dios por ser el único sobreviviente de un accidente de tránsito en donde murieron horriblemente medio centenar de personas?
Ni el azar, ni las acciones u omisiones humanas, son la Providencia.
El pensamiento mito-mágico no produce soluciones; en cambio, genera demasiadas angustias ante lo inexorable, soberbias derivadas se creerse superior al resto, o sentimientos de abandono por el silencio supremo ante los humanos clamores.
Los fenómenos naturales, enfermedades y accidentes son parte del mundo en que vivimos, siempre han estado y estarán allí; lo que nos compete es prepararnos, investigar, prevenir y minimizar en lo posible la vulnerabilidad.
Las situaciones injustas de origen social son, en todo caso, enormes rocas que mover a base de titánicas empresas.
Y todo eso es cosa nuestra.
Inspirados en lo trascendente, si se quiere, pero cosa nuestra.