lunes, 27 de octubre de 2014

Espinitas

La que hasta el momento ha sido mi única etapa como narrador duró unos doce años, contados a partir de 1988 cuando escribí mis primeros cuentos válidos. En ese lapso, la literatura fue bastante generosa conmigo, tanto en aspectos tangibles (libros, premios y viajes) como inmateriales.

Sin embargo, tengo un par de espinitas que voy a sacarme en esta entrada. A la distancia, más allá de las naturales susceptibilidades del ego, ambas quedaron en anécdotas sin mayor trascendencia cultural; no obstante, las verteré en desahogo saludable, pues mejor desprenderme de ellas que andarlas llevando. De paso, también retratan mezquindades del mundillo literario, contaminando a menudo el periodismo cultural e incluso la dirección editorial.

¡Avisa, que ahi van!

- La primera

En una entrevista de 1995, página y media en la sección cultural de LPG, platicamos cordialmente y sin mayores incidentes con el periodista encargado, Francisco Ayala Silva, un joven de aspecto introvertido, tocayo para más, a quien le dejé mi libro (no recuerdo si con autógrafo). De más está decir que no vale la pena consignar aquí su nombre.

Ya impresa, la entrevista fue otra cosa.

Intercalada con uno de mis textos más directos, la parte que correspondió al periodista tenía la subjetividad propia de un personaje teatral situado en un escenario, por momentos en tono simpático y en otras tal vez no tanto, válido si se quiere y hasta cierto punto.

La referencia inicial a mis logros literarios dejó ver cierta... Tengo la palabra, no la quiero decir pero se deduce fácil, mire usted:

Mientras que un montón de jóvenes tienen escritos un montón de poemas y un montón de cuentos y les ha sido imposible publicar una palabra, a Rafael Francisco no le costó encontrar un editor.

Según él, sólo fue cosa de llegar y ponerlo en prensa.

Más adelante, una vez agarró confianza, se dejó ir con valoraciones y réplicas en segunda persona familiar, como un maestro bonachón que le hablase a su discípulo, enseñándole como escribir, sólo que con el interlocutor ausente y desde la página de un periódico. No sé si alguna vez se haya publicado aquí otra entrevista con esas características, pero el párrafo final es de antología doctoral:

Si dominaras tu energía y adoptaras el hábito de la paciencia podrías reunir todas tus figuraciones y, en lugar de escribir una treintena de chingastes de historias, escribirías una docena de excelentes cuentos o una novela bastante decente.

¡Cómo no, chero! Cuando tengás tiempo, dale una leidita a la teoría de géneros literarios.

Años más tarde, encontré una explicación más plausible que la presunta deficiencia de los textos aludidos, merced a un premio de teatro que le fue entregado. Supe entonces que él también era escritor y entendí que tal coincidencia de anhelos puede ser terriblemente desventajosa para uno como entrevistado, aunque sea por el solo hecho de tener un palmarés que el otro sujeto percibe o quiere hacer ver como inmerecido.

- Las segundas

Por esa misma época, existía un periódico impreso que se las daba de cultural. Había surgido en la posguerra gracias al financiamiento solidario internacional, con el que pronto acabaron quienes lo dirigieron. Les llevé mi libro recién publicado por UCA Editores y me atendió el subdirector, Miguel Huezo Mixco, un poeta con cierta formación académica, de quien considero más elegante omitir su nombre. En la breve nota que luego apareció, puso la foto mía con el libro, los principales datos del volumen y, claro, su infaltable valoración negativa del mismo:

En el quehacer literario de Góchez se percibe, sin embargo, bastante prisa por publicar, lo que redunda en que algunos de sus relatos sean desiguales, poco depurados.

Tan simple como que no hubiera habido un respetable criterio editorial de por medio.

Pasado un tiempo, este mismo poeta fue nombrado director de la editorial estatal. Se le recuerda por su celo y afán de convertirse en censor de agudo criterio, César cultural de pulgar inclemente, ese filtro que tanta falta le hacía a la cultura salvadoreña, llamado a redefinir y establecer altos estándares de publicación en la DPI. La aplicación implacable de este criterio resultó, no obstante, curiosamente flexible para con un su amigo literario, pero ese es otro tema.

En una conversación, no sé si a sabiendas de que ya se me había publicado un libro allí, me dijo con clara intención peyorativa:

Es que, mira: aquí en esta editorial ha publicado gente muy joven, muy joven.

Valga el eufemismo y la ninguneada, que yo tenía menos de 30 años.

Pero seamos justos: también tuvo sus momentos de benevolencia, aunque no para mí sino para un ascendiente directo. Al hacer entrega de la antología “Esta mueca circular y sola”, de Rafael Góchez Sosa, no se atrevió a poner en tela de juicio los méritos de un poeta ya reconocido; por el contrario, se refirió a él con encomio en estos términos:

Cualquier poeta que esté de Góchez Sosa para arriba, tiene que estar publicado en esta editorial.

Todavía recuerdo el vivo gesto de su mano indicando dónde quedaba la parte baja de su ranking.

¡Vaya personajes!