Acudí a la sala de cine a ver el documental “El Salvador: archivos perdidos del conflicto”, del director Gerardo Muyshondt, con tres temores expresados en forma de prejuicios: primero, que el filme distorsionara las responsabilidades y culpas; segundo, que las referencias a la realidad fueran los grandes medios de difusión masiva de la época, con su conocido discurso de ocultamiento y encubrimiento; y tercero, que los voceros de la guerrilla fueran los apóstatas hoy convertidos al servicio del gran capital.
En líneas generales, dos de esos tres se vieron plenamente confirmados y uno a medias. Hubo, además, un tema adicional que me sorprendió desagradablemente.
De los elementos técnicos (encuadres, secuencias, sonido, música y ritmo) no hay más que decir, excepto que están bien logrados. Pero nadie va a ver este documental por estas características, sino por el contenido, así que de eso me ocuparé.
El balance de responsabilidades y culpas
El primer temor albergado era que, bajo la pretensión de presentar una visión equilibrada del conflicto, se repartieran responsabilidades y culpas en un 50% - 50%, cuando la realidad fue algo distinta; por ejemplo, en el tema de violaciones a los Derechos Humanos, el informe de la Comisión de la Verdad señala un 85% - 5% en contra el bando estatal, con un 10% sin atribución conocida.
Este primero de tres documentales anunciados, donde se exploran las causas de la guerra civil, ciertamente no presenta ese pretendido empate, pero tampoco hay fidelidad a los datos históricos de la década de 1970 sino todo lo contrario: es la reiteración del discurso ideológico de la derecha tradicional, para quienes fue principalmente la guerrilla quien cometió crímenes imperdonables, como el secuestro y asesinato de prominentes empresarios.
No es que no se mencione en absoluto la salvaje represión gubernamental de los regímenes militares del coronel Molina y el general Romero, pero por cada frase de cinco segundos que alude genéricamente a aquellos terribles crímenes amparados en la Doctrina de la Seguridad Nacional, hay tres o cuatro minutos de conmovedores relatos acerca de las víctimas adineradas.
Claro está que toda vida humana es valiosa, pero una cosa es señalar que la izquierda armada también cometió crímenes y otra muy distinta es invisibilizar o reducir a una simple alusión a los miles de ciudadanos y ciudadanas que fueron perseguidos, encarcelados, torturados o asesinados bajo la sola sospecha de ser comunistas o simpatizar con la oposición; y esto no fue el resultado de acciones aisladas, espontáneas o individuales, sino el resultado de una política estatal que prácticamente derivó en un terrorismo de Estado.
Esta línea narrativa de soslayo, por una parte, y señalamiento acucioso, por otra, es evidentemente ideológica y -concediendo el beneficio de la duda al director- quizá inconsciente, pero se deja ver con bastante claridad en la selección de los personajes a quienes se les deja el cierre de cada bloque temático, algunos de ellos nefastos para la historia del país por cuanto encubrieron o estuvieron involucrados en crímenes de lesa humanidad, justificándose en el anticomunismo visceral.
El discurso de los medios de difusión masiva como “realidad”
El segundo temor era que el documental, al buscar la referencia a la “realidad” para contrastar las versiones de los entrevistados, acudiera a los periódicos de mayor circulación en la época: “La Prensa Gráfica”, “El Diario de Hoy” y “El Mundo”, además de los noticiarios televisivos de los canales 2, 4 y 6 (hoy TCS), con lo cual cabría esperar la misma actitud de distorsión, ocultamiento y encubrimiento que practicaron dichos medios de difusión masiva en aquellos años.
Ciertamente, los tres medios escritos mencionados aparecen en los créditos iniciales y también hay varias portadas y recortes de noticias; también hay algunos cortos del noticiario de Canal 2; pero no es tanto por esa vía donde viene la reproducción de la ideología de derecha (no como visión de mundo sino como falseamiento), más bien es por los tiempos y protagonismos concedidos a los entrevistados que coinciden con tal discurso, como cuando se intenta justificar las masacres en las calles de San Salvador, cometidas entre 1975 y 1980 por el ejército y los “cuerpos de seguridad” con armas de guerra, con el argumento de que algunos manifestantes también llevaban revólveres.
El seudodebate estratégico sólo con aliados
El tercer temor era que los voceros del bando de la guerrilla fueran la misma colección de apóstatas que mantienen espacios de opinión y asesoría -con más o menos descaro- a favor del gran capital, algunos de los cuales aún tienen la desfachatez de presentarse como gente de izquierda, progresistas o independientes.
En efecto, quienes exponen la visión y versión de la izquierda desde su postura actual de convertidos al buen sistema son, principalmente, Marvin y Geovanni Galeas (cuyas referencias pueden buscarse en sus columnas periódicas y publicaciones). El caso de Facundo Guardado es un tanto más decepcionante. Algunos excomandantes como Eduardo Sancho, Nidia Díaz, Francisco Jovel y Ana Guadalupe Martínez aparecen, sí, pero insertados de tal modo -no sé si con expresa intención- que sus palabras sirven para validar las apreciaciones de los primeros. Fabio Castillo, excoordinador del FMLN, da algunas valoraciones interesantes, como es usual en él, pero pesan poco en el balance final, caso similar al de Henríquez Consalvi (“Santiago”, de la Venceremos), así como los hermanos Joaquín y Salvador Samayoa. El vicepresidente Oscar Ortiz apenas tiene un par de líneas donde le preguntan por sus inicios en la lucha armada. Dicen que el presidente Salvador Sánchez Cerén declinó ser entrevistado. No sé si ese será el caso de Dagoberto Gutiérrez, cuya ausencia es clamorosa.
Así, el documental presenta un pluralismo ilusorio.
La factura contra la iglesia popular
Una de las líneas argumentativas más fuertes es responsabilizar del conflicto a la iglesia católica posconciliar, específicamente aquella que tomó la Teología de la Liberación por inspiración, por cuanto le dieron sustento y validación religiosa a la rebeldía y aspiraciones de cambio social de las masas populares. Pese a las explicaciones -fragmentadas en el filme- de los sacerdotes Rogelio Poncel y el jesuita José Mª Tojeira, predomina un sentido de reclamo y recriminación por el acompañamiento de aquellos sacerdotes de los setentas a las luchas sociales, junto con la acusación de ser marxista-leninistas, el mismo espíritu que propició y justificó el magnicidio de Monseñor Romero y el asesinato de los padres jesuitas en 1989.
En el caso de Monseñor Romero, no obstante, hay algo curioso: la sola palabra del obispo mártir, expresada en el extracto más conocido de su última homilía en Catedral Metropolitana, resuena más que los anacrónicos y turbios intentos por desacreditar su labor en la denuncia y acompañamiento a los oprimidos.
¿Entonces?
El documental es una versión pretendidamente pluralista del mismo discurso de la derecha tradicional salvadoreña, según el cual las causas del conflicto fueron, principalmente, la expansión comunista prosoviética y las prédicas de curas “rojos”, proceso en el cual los mayores y más abominables crímenes y actos de destrucción fueron cometidos por la guerrilla. Si acaso se reconocen algunos vejámenes de la contraparte gubernamental, estos son vistos como hechos aislados y no institucionales.
Y el gran peligro es…
Cuando uno ve un documental producido por el FMLN, uno sabe que es totalmente la versión propagandística de la izquierda y puede tomar su distancia crítica. Pero el gran peligro de “El Salvador: los archivos perdidos del conflicto” es, precisamente, que se presenta engañosamente como pluralista, siendo poco más que la misma vieja ideología de la derecha criolla en nuevo envoltorio, esta vez en alta definición.
Posdata: adicionalmente a todo lo anterior, el mismo título es un engaño mayúsculo. No hay en él absolutamente ningún archivo "perdido": más bien, los auténticos archivos perdidos, como otros ya lo han dicho, son los de las miles de víctimas de la represión, esos mismos que aquí han sido ignorados.
Nota: Esta entrada fue publicada también en la Revista Versa.>