Entre los años 1990 a 1996 tuve la oportunidad de trabajar como docente a tiempo parcial en el Colegio “Sagrado Corazón”, dirigido por las Hermanas Oblatas del Corazón de Jesús. Ese periodo lo guardo con especial cariño en mi memoria, primero porque pude aprender muchísimo como docente y evolucionar en mi formación profesional hacia un enfoque de educación mucho más integral, validando e incorporando diversas técnicas y actividades de enseñanza-aprendizaje en el desarrollo de mi materia; y segundo, porque el día a día con aquellas jovencitas me permitió desarrollar aspectos de mi carácter que me ayudaron no sólo a ser mejor maestro sino, sobre todo, a ser mejor persona.
Paradójicamente, durante mi primer año de trabajo tuve serios choques especialmente con un grupo de estudiantes de 7º grado que me fue asignado (aunque también tuve algunos conflictos en bachillerato). Esas chiquillas eran, por decirlo de alguna manera, un tanto alborotadas y sus hábitos de trabajo me parecían poco menos que inexistentes, pero también admito que de mi parte había algunos estándares y actitudes que no contribuían a tener la mejor relación.
A la mitad del primer año de trabajo -dadas las quejas de sus padres, madres, abuelos/as y otros parientes- estuve a punto de que me cesaran, cosa que no ocurrió gracias a la paciencia y voto de confianza que recibí de la directora, Hna. Hilda Rodríguez, quien sin descalificar los reclamos supo ver en esa coyuntura la oportunidad de iniciar un proceso de renovación institucional, que continuó con buen tino su sucesora, la Hna. Noemí Moscoso. En mi salvación creo que también fue decisiva la opinión de mis compañeros del Departamento Humanístico, en ese tiempo a cargo de Adilia Hernández y, más adelante, de José Antonio Portillo.
A ese grupo de pequeñuelas que con el tiempo fueron la Promoción de Bachilleres 1995 les di clase durante cinco años, por lo que acabaron convirtiéndose para mí en una promoción significativa, esto sin excluir muy buenos recuerdos de estudiantes de otras generaciones.
Tuve que dejar el COSACO por falta de tiempo disponible y me fui en muy buenos términos, no sin ese nudo emocional que a todos nos acomete en momentos de despedida. En dos o tres ocasiones he vuelto allí a visitar a antiguos/as colegas, algunos de los cuales ya se jubilaron. Las veces que me he encontrado a la actual directora -la Hna. Nidia Ramos, que en aquel tiempo era apenas una novicia- hemos comentado con alegría algunas anécdotas de antaño. Las instalaciones de hoy son algo distintas y apenas sobreviven un par de edificios de aquellos años. El colegio ha cambiado en muchas cosas pero, de alguna manera, conserva esa aura significativa para mí.
En mi balance general, no creo andar descaminado al afirmar que si hubo desaveniencias, críticas, errores, altercados y momentos de crisis, al final los fuimos superando juntos, creciendo en eso que llamamos inteligencia emocional y quedándonos una sensación agradable que, en el recuerdo, hoy se ha convertido en nostalgia.
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