¿Puede uno proclamarse inocente de la dilapidación de dineros y, al mismo tiempo, aceptar que ha contribuido en ello? Fácilmente: cuando quienes financian lo hacen por gusto propio y los destinatarios aparentan merecerlo.
Llevarse a más de medio centenar de adultos jóvenes (proyectos de) escritores latinoamericanos y otros tantos homólogos hispanos, a una encerrona de tres semanas en tierras andaluzas, con figuras consagradas, no es empresa austera: gastos de transporte, alimentación, hospedaje y turismo a mansalva, todo ello sin pedir más que nuestra presencia a cambio.
Trece años después, descartado el lavado de dinero, me revolotean tres solas hipótesis para explicarlo:
a) Descargo de conciencia, por la colonia.
b) Voto al optimismo: creer que allí debimos estar los próximos pilares sólidos de la literatura iberoamericana; irradiados, vía conferencia u ósmosis, por las vacas sagradas (Saramago, el más recordable: “la literatura no cambia al mundo”).
c) Experimento sociológico: observar y documentar qué situaciones produce la convivencia de un centenar de jóvenes de distintos géneros y tendencias, fuera de su contexto social originario.
Si es lo primero, acepto en mi mestiza persona el posible acto de desagravio.
Si lo segundo, sólo más preguntas: ¿eramos auténticas promesas quienes llegamos? ¿Nos la creímos demasiado pronto y trocamos un exigente alfa en un cómodo omega? ¿Hay hoy trayectorias serias, respetables, no “light” ni aún discretas? ¿Las habrá en el futuro? ¿Habría dado igual, de no haber estado allá?
Y si fuera lo tercero... ¿en cuántos de los otrora jóvenes no palpitaría hoy el anhelo de que aquel evento quedase registrado en la historia cual si nunca hubiera existido?
1 comentario:
Noto en esas últimas preguntas mi influencia. De nada.
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