“No se le puede pedir peras al olmo”, reza el dicho popular. Sin embargo, al limonero del jardín de la casa, que por años ha dado suculentas cosechas de ácidos limones, se le ha ocurrido ahora... ¡dar dulces mandarinas!
Me resultó curioso de mí mismo que, para creer lo que estaba viendo, haya tenido primero que realizar una mínima investigación en la enciclopedia global. En efecto, el hecho real tiene explicación científica; ergo, sum: en algún momento durante cierto mes de los años anteriores, hubo (ocurrió, tuvo lugar) un injerto espontáneo, tal vez una semilla perdida en un hueco de la corteza, o quizá algún travieso realizó un artificio manual del cual no tengo noticia; una vez introducido el elemento nuevo en el flujo sanguíneo del árbol cuyas raíces penetran el suelo (el cual viene a ser llamado “patrón”, o sea, el limonero), se produjo el fenómeno. Pasado un tiempo, a cierta altura sobre el suelo, le brotaron unas ramas parecidas a las demás, pero ligeramente distintas, ahora sabemos el porqué. Como limones y mandarinas son cítricos, el parentesco debe permitir ese tipo de asociación, simbiosis o híbrido, como quiera que se le llame.
Todavía no tengo pruebas de que pueda dar limones y mandarinas al mismo tiempo, pero todo indica que, en cuanto venga el período natural de floración, los dará a granel. ¿Tal vez finalmente la mandarina se imponga al limón o éste vuelva por sus fueros? Habrá que esperar. El caso es que, como queda dicho antes, la naturaleza parece haber dejado en evidencia la fragilidad de la citada sabiduría popular.
Y si a nosotros, olmos irresistibles al cambio, nos fuera injertada por azares una pequeña porción de otro ser, ¿qué peras (por frutos ahora inimaginados) llegaríamos a dar?
sábado, 11 de noviembre de 2006
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