domingo, 12 de noviembre de 2006

Desgramaticalizar la gramática

Luego de trabajar por varias horas acumuladas en unas guías para repasar análisis gramatical básico con estudiantes de secundaria, todavía me pregunto si el esfuerzo alcanzará resultados que satisfagan a profanos y entendidos, o al menos no los irriten tanto.

El ciudadano común que ose abrir una gramática seria no encontrará, salvo que haya errado en la tilde, césped costarricense: se hallará, desde la primera línea hasta el último párrafo, bajo la iluminadora dictadura conjunta de la normativa, la clasificación y la casuística. Obviamente, la motivación esencial ha de ser la obligación académica; de otra forma, sólo el especialista o el maniático acabaría la tarea. Dificultad añadida será si, por curiosidad o sana duda, el sujeto en cuestión recurre a comparar dos gramáticas serias, con lo que sus problemas ciertamente no se duplicarán, más bien se elevarán al cuadrado.

Hacer el esfuerzo de inyectar gramática en seres normales puede provocar el mismo efecto de una vacuna: crear suficientes anticuerpos contra lo que, en palabras de García Márquez, vendría siendo el “terror del ser humano desde la cuna”. ¿Cómo entonces viabilizar la propuesta del Nobel colombiano, “simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros” (en “Botella al mar para el dios de las palabras”, Zacatecas, México, 1997)?

El reto de las susodichas guías consiste precisamente en eso y, por lo mismo, caminan en terreno minado, queriendo quedar bien con Dios y con Diablo.
Ya que no pensamos limitarnos al análisis exclusivo de oraciones como “el pajarito vuela” [sujeto + predicado], nuestra cátedra gramatical deberá tener cierto rigor; mas, para no asustar, comenzaremos presentándola como si fuera la patria falsa que mencionó el poeta: “hablamos de ella como cosa suave, como dulce tierra a la que hay que entregar...” ¡nuestra lengua hasta la muerte! Pero el prójimo no es bobo y, como intentemos respetar las sesudas sutilezas analíticas de los bien informados, saldrá de cualquier engaño para enredarse en la dificultad intrínseca de leyes que, por utilizarlas desde que tiene uso del habla, conoce perfectamente pero -¡oh, terrible paradoja!- no puede ni formular ni identificar ni aplicar bien.

En contraposición, si evitamos la polémica y la fatiga, seleccionando lo que nos parezca sólo muy esencial (doble adverbio antes del adjetivo) y dejando para los especialistas el menudo escrutinio de las entrañas morfosintácticas, con cierta razón (determinante, nombre) podría acusársenos de aligerar el tema hasta trivializarlo, descafeinar el café, popularizar la filosofía de Zubiri o escribir literatura de Laura Esquivel.

En este, como en los verdaderos problemas, no hay solución fácil. Por el momento, sumado estoy al intento y ojalá tenga la suerte de recibir, en los meses venideros y de parte de ambos bandos, menos palos que flores.

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